En una entrada anterior he escrito sobre este tipo de
acercamiento a la fotografía (ver aquí). Ahora voy a describir de forma algo
más detallada el proceso, haciendo referencia a los tres momentos o etapas que
lo configuran. Por supuesto, no es la única forma de fotografiar. Tampoco es la
que más me interesa, al menos en este momento.
Pero creo que es una modalidad que a algunos os puede resultar
interesante.
1. El flash perceptivo
Nuestra mente no para. Está continuamente activa
pensando, recordando, dándole vueltas a nuestras preocupaciones y deseos. Paseamos por la calle o el campo y estamos
tan orientados hacia nuestro mundo interior que apenas si prestamos atención a
lo que nos rodea. Sin embargo, en algunas ocasiones el flujo de nuestros
pensamientos se ve interrumpido por una imagen que irrumpe con fuerza en
nuestros sentidos. El tiempo se para y nuestra atención se centra en ese
reflejo en una ventana, o en esa fachada de fuertes colores, o en ese haz de
luz que ilumina el rincón del jardín. No hay pensamientos, no hay conceptos,
sólo pura experiencia perceptiva que se abre paso en nuestra mente. Nuestra
mente y nuestro ojo se alinean por un momento.
Este flash de percepción es crucial en la fotografía
contemplativa. Cuando sucede
experimentamos una sensación de quietud y plenitud, de estar fijamente
anclados a nuestra percepción. Ocurre repentinamente, nos sacude con fuerza
y nos desconecta de lo que estábamos
pensando para envolvernos con la riqueza y claridad de lo que hemos percibido. Sucede de forma natural, y no podemos hacer nada para
fabricarlo deliberadamente, pero sí podemos tener una actitud receptiva y aprender a reconocer estos flashes.
2. Discernimiento visual
Tal vez no resulte demasiado complicado reconocerlos. Al
fin y al cabo la percepción es algo natural para el ser humano, no se trata de
algo que deba adquirirse tras años de entrenamiento y práctica. Podemos ver a un bebé completamente absorto en
la contemplación de un móvil de colores intensos. Pero esa imagen percibida
debe traducirse en una fotografía que recoja su esencia. Esta es la segunda
etapa, el discernimiento visual,
que quizá represente el aspecto más
complicado de la fotografía contemplativa. Supone un puente entre la frescura y
viveza de la percepción inicial y su expresión
en una imagen fotográfica. Aunque
pudiera parecer algo sencillo, todos hemos experimentado en alguna que otra
ocasión la decepción que supone comprobar cómo la fotografía final no recoge
fielmente lo que habíamos contemplado.
Y es que tras ese flash inicial viene la excitación que
comienza cuando decidimos tomar la foto. Entonces empezamos a pensar en
términos fotográficos, analizando cómo aplicar las reglas compositivas, cómo
hacer una imagen equilibrada e impactante que sorprenda a nuestras amistades,
cómo vamos a procesarla para darle más fuerza a esas nubes y hacer que parezca
que en algún lugar están quemando neumáticos; o cómo vamos a suprimir esos
elementos sobrantes que impiden que nuestra imagen sea el epítome del más
moderno minimalismo. Es decir, vuelve el pensamiento analítico, y el flash
intuitivo se disuelve como un azucarillo en ese mar intelectual de ideas y
ocurrencias. Y claro, se rompió el hechizo. El fotógrafo contemplativo debe mantener la serenidad, tratar
de resistir el impulso de echar mano a la cámara y buscar un nuevo ángulo o punto
de vista más interesante. Debe relajarse
y profundizar en esa percepción, analizando la imagen y tratado de encontrar
las cualidades que le llamaron la atención:
¿fue el color naranja intenso de esa puerta? ¿quizá las texturas de esa
vieja pared? No hay necesidad de añadir o suprimir nada para mejorar la imagen.
Todo está ahí, sólo hay que recogerlo en el sensor. Como dijo Cartier-Bresson,
“hay que pensar antes y después, nunca mientras tomas las fotografía”. Y es que
la fotografía contemplativa es pura intuición.
3. Creando la
imagen equivalente
La tercera etapa es la de construir una fotografía que
resulte comparable a nuestra percepción. Si en las fases anteriores todo el
trabajo correspondía a ojo y mente, ahora la cámara ha de entrar en acción.
Habíamos tenido una percepción clara y viva y sin ningún tipo de filtro cognitivo,
y conseguimos mantener esa imagen en
nuestra mente de forma relajada y profundizado en sus cualidades visuales.
Ahora llega el momento de poner nuestra técnica fotográfica al servicio de la
foto que queremos producir: elegir el encuadre apropiado, la abertura
correcta, la longitud focal...es decir,
los parámetros que reflejen lo más
fielmente posible la imagen percibida. No se trata de utilizar trucos que
mejoren la imagen, si lo haces la fotografía perderá frescura, espontaneidad y vida,
y ya no estarás ante un ejemplo de fotografía contemplativa.