martes, 6 de julio de 2021

LA CREATIVIDAD ES MÁS DE DERECHAS

No se asuste el lector pensando que su ideología política es un lastre para su creatividad. No tendrá que marcarse un Cantó o hacer vudú con una figurilla de Pedro Sánchez para ser todo un derroche de originalidad. La cosa va de predominio hemisférico cerebral. Hubo un tiempo en el que la idea de que cada hemisferio cerebral tenía funciones diferenciadas no gozó de mucho apoyo empírico y se situó en la linde de las pseudociencias, sin embargo, el panorama ha cambiado en la última década. La investigación en el campo de las neurociencias nos ha devuelto a la casilla de salida, otorgando atribuciones diferentes a cada hemisferio. Así, el izquierdo se orienta al detalle y se ocupa de las normas y el lenguaje, especialmente de sus aspectos denotativos. Por el contrario, el derecho tiende a servir a la fantasía y la imaginación, es impulsivo y arriesgado, utiliza imágenes y metáforas y se muestra sensible a la connotación. Tiene un estilo más global que analítico. También hay datos que indican que entre ambos hemisferios operan fuerzas inhibitorias y excitadoras, de forma que un hemisferio izquierdo demasiado activo puede inhibir la creatividad del derecho. Eso es algo que se pone de manifiesto en personas que han sufrido lesiones cerebrales localizadas en el hemisferio izquierdo, que si bien redujeron su capacidad para el lenguaje, desataron algunos talentos artísticos inhibidos por cerebros demasiado analíticos. Como escribió Oliver Sacks “cuando a causa de una lesión desaparecen algunas funciones inhibidoras de un hemisferio, se puede observar una mejora de ciertas funciones del otro hemisferio”. Así contado, se podría pensar que solo un derrame cerebral bien localizado sería capaz de volvernos más creativos. Sin embargo, no veo necesario acudir a medidas tan radicales. Tampoco debemos mirar con recelo al hemisferio izquierdo, ya que desempeña un papel fundamental en algunas fases del proceso creativo. La fase de preparación es un momento de trabajo y esfuerzo, consciente, analítica y voluntaria en la que el pensamiento que se genera en el hemisferio izquierdo resulta esencial. En ella hunde sus raíces la creatividad posterior, ya que sin ella sería imposible producir resultados originales. Cualquier proyecto fotográfico o artístico requiere de momentos de este tipo. Sin embargo, estirar demasiado esa fase tampoco parece recomendable. Una vez sentadas las bases hay que tratar de soltar amarras e intentar evitar que desde la izquierda de nuestro cerebro actúen fuerzas que inhiban nuestra originalidad. Ya lo intuyó Cézanne cuando escribió: “Cuando empiezo a pensar se pierde todo”. Para que el hemisferio izquierdo deje de ejercer su dominio sobre el derecho hace falta que lo aparquemos por un tiempo. La relajación, la meditación, la implicación en una actividad diferente que evite que sigamos pensando en el proyecto que nos trae de cabeza, una buena siesta o una ducha caliente pueden servir de ayuda. Esa relajación puede favorecer que nuestro inconsciente atraviese la barrera que le separa de la conciencia y que tengamos alguna intuición creativa que rompa con nuestro bloqueo creativo. De nada sirve seguir dándole vueltas a un asunto o problema que se encuentra en vía muerta, el hemisferio derecho se activa ante tareas nuevas, y su actividad de reduce cuando las tareas se tornan rutinarias. Fotografía: David Jiménez

sábado, 12 de junio de 2021

NEUROESTÉTICA FOTOGRÁFICA: EL PODER EMOTIVO DE LAS TEXTURAS

Ha pasado mucho tiempo desde que el físico C.P Snow impartiese su célebre conferencia para destacar la enorme brecha que separaba las dos culturas, la científica y la de las humanidades. Y aunque la cosa no ha cambiado mucho desde entonces, hay que agradecer algunas iniciativas que han servido para tender algunos puentes entre ambas orillas. Una de las más interesantes es la del neurocientífico y premio Nobel Eric C. Kandel, quien a lo largo de las últimas décadas nos ha regalado algunos textos brillantísimos sobre neuroestética. En ellos expone cómo los recientes descubrimientos neurocientíficos pueden ayudarnos a entender mejor los mecanismos psicológicos y cerebrales implicados en la apreciación de las artes visuales, especialmente el arte abstracto. Sirva como ejemplo la explicación que nos ofrece sobre porqué las texturas representadas en una imagen generan tanto impacto emocional en el espectador, algo que los fotógrafos y fotógrafas siempre intuyeron. Así, la utilización de una iluminación lateral para resaltar las texturas, las tomas a través de cristales empañados o las imágenes en las que la niebla crea una perspectiva aérea envolvente han sido recursos frecuentes para intensificar la carga emotiva de algunas fotografías. Ya he comentado en alguna ocasión que la importancia de las texturas deriva de su poder para generar sinestesias, que es la capacidad que tienen algunos estímulos dirigidos a un sentido para estimular otros sentidos. En este caso del poder de un estímulo visual para crear una sensación táctil. Pues bien, algunos estudios recientes nos indican que zonas cerebrales especializadas en el procesamiento de la información visual también se activan con el tacto. Es decir, la textura de un objeto puede activar células cerebrales de esas regiones tanto si vemos la textura como si la tocamos. Eso puede explicar porqué somos capaces de identificar con tanta precisión la suavidad o aspereza de un material sólo con la mirada. Por lo tanto, parece que la sinestesia que implica a los sentidos de tacto y visión tienen una base fisiológica clara. También me he referido en otro post a la explicación psicológica de porqué creo que las texturas representan en elemento clave en fotografía para conseguir conmover al espectador. Para ello aludí al hecho de que el tacto es un sentido muy primario, por ser el primero que se desarrolla pues está ya presente en la etapa fetal. Un sentido del tacto fundamental en el establecimiento de los vínculos afectivos y que resulta determinante en la formación del apego entre el bebé y sus figuras parentales. De ahí la enorme capacidad de las texturas para punzarnos emocionalmente. Kandel nos revela también las bases neurológicas de esa relación, y es que además de esa interacción entre visión y tacto, ambos sentidos tienen la capacidad de reclutar los sistemas cerebrales relativos a la emoción: amígdala, hipotálamo y sistema dopaminérgico. Por lo tanto, no parece que la importancia de las texturas visuales sean solo una intuición de algunos artistas visuales. Ahora podemos comprender mejor cómo por sí solas, o en combinación con colores, líneas y formas, son capaces de tocarnos el corazón hasta hacerlo llorar de gozo o de dolor.

lunes, 3 de mayo de 2021

CREATIVIDAD Y VULNERABILIDAD AL LIKE. O DONDE DIJE DIGO….



 

Recogía en una entrada anterior la idea basada en estudios de neurociencias de que las experiencias tempranas negativas podían llevar tanto a la búsqueda de la novedad como a la creatividad. Esta relación, lejos de resultar sorprendente, apoya una idea muy extendida de que tras las grandes creaciones hay una alta dosis de sufrimiento y malestar psicológico. Una relación que ya destacó Arístóteles cuando aludió a la relación entre melancolía y creación, y que recogió el psicoanálisis cuando puso el trauma en el origen de la actividad creadora (López Mondéjar, 2015).

Sin embargo, la idea contraria también ha tenido sus defensores. Como el psicólogo Mihály Csíkszentmihályi con su teoría del flujo, en la que destaca cómo la creación requiere de una inmersión total en la actividad más probable en situaciones de serenidad y bienestar psicológico. Aunque también podemos entender que la causalidad lleva la dirección contraria, de forma que es el flujo creador el que nos hace sentirnos felices y satisfechos https://lateralaction.com/articles/mihaly-csikszentmihalyi/

Lo más paradójico es que serían las experiencias infantiles positivas las que estarían en el origen de ese flujo creativo. Cuando el trato es afectuoso y los padres se muestran atentos y disponibles, el menor desarrolla un modelo de apego caracterizado por la seguridad y confianza en sí mismo y en los demás. Si me atienden y me quieren aprendo que soy valioso.

 Como apuntó Bolwby (1968) en su clásica teoría del apego, los humanos estamos motivados a buscar un equilibrio entre la seguridad que nos ofrece un contexto familiar previsible y las conductas de búsqueda y exploración del entorno. Cuando los progenitores son sensibles y responsivos, el bebé aprende que el entorno es predecible y lo utiliza como una base segura a partir de la que explorar. Por contra, si los padres se muestran poco disponibles o rechazantes, el menor tomará conciencia de esa impredecibilidad y la generalizará todos los contextos sociales. Es el feedback inconsistente y poco fiable en la primera infancia el responsable de la inseguridad del modelo interno construido por el niño o niña. Una inseguridad que le llevará a dudar de sí mismo, y a desarrollar una autovaloración inestable y excesivamente dependiente del feedback instantáneo y de la evaluación de los demás.  Es muy poco probable que esa dependencia enfermiza sea el mejor caldo de cultivo para realizar aportaciones originales y novedosas, en tanto que el sujeto tendrá más dudas a la hora de seguir su propio camino y tenderá a buscar continuamente la aprobación de los demás. Y aunque a todos nos viene bien un like, no todos tenemos la misma necesidad de conseguirlo a toda costa.

Hay que aclarar que la duda siempre hará acto de presencia, incluso en los creadores más seguros y originales. Sin embargo, en algunas ocasiones podemos encontrarnos con personas que parecen no presentar ninguna incertidumbre, que muestran una sospechosa desmesurada seguridad en sí mismas.  En esos casos es muy probable que se trate de actitudes compensatorias que esconden una gran fragilidad e inseguridad construida a partir de experiencias infantiles poco favorables.

Por lo tanto, el debate acerca de la influencia de las experiencias infantiles sobre el proceso de creación no parece estar cerrado. Y es que la creación es una estación a la que se puede llegar por vías diferentes.

 


jueves, 29 de abril de 2021

MALESTAR PSICOLÓGICO Y CREATIVIDAD: DE LAS EXPERIENCIAS INFANTILES ADVERSAS A LA INNOVACIÓN



La apreciación y valoración estética de una fotografía es un asunto complejo en el que intervienen muchos factores y que pasa por sucesivas fases o momentos. Una vez que nos situamos ante una imagen, previamente considerada como estética o artística, son los elementos perceptivos relativos a la composición los que más nos llamarán la atención, haciendo que nos resulte más o menos interesante o atractiva. Probablemente ese sea el aspecto más estudiado y sobre el que más se ha escrito. Ya sabemos la importancia de elementos como como el contraste, la nitidez o la falta de ella, la complejidad, el dinamismo, la simetría, el color, el orden o el agrupamiento. A esos elementos ya me he referido en diversas ocasiones.

Otro aspecto que va a resultar muy determinante en cómo valoramos una imagen o un trabajo fotográfico es el relacionado con cómo se sitúa entre los polos original/novedoso versus familiar. La relación entre la valoración y la familiaridad no es sencilla y resulta difícil establecer leyes universales. Pero, aunque pudieran establecerse, esas leyes ignorarían la importancia de las diferencias individuales. Así, ante un mismo trabajo las reacciones del observador pueden ser muy distintas en función de factores personales. Mientras que la originalidad de un trabajo resulta estimulante para quienes se aburren ante imágenes que les resultan demasiado familiares o previsibles, otras personas pueden sentirse desconcertadas ante una originalidad novedosa que les puede resultar aversiva. Estas personas se sentirán más cómodas ante obras familiares que les despiertan algunas resonancias y que pueden encuadrar en corrientes o estilos.
 
Parece indudable que la formación del observador puede influir en este gusto por lo novedoso, aunque no es fácil determinar en qué sentido: si bien esa formación le permitirá encuadrar mejor una obra aumentando su goce estético, también puede hacer que le resulte demasiado familiar disminuyendo su interés en ella (“más de lo mismo”). Pero más allá de la mayor o menor formación del evaluador, me atrevo a sugerir que existen otras variables personales de carácter psicológico que pueden resultar determinantes. A mi juicio, la candidata ideal es la dimensión de la personalidad etiquetada como apertura a la experiencia o atracción hacia lo novedoso. Un rasgo bastante estable y que tiene una base neurobiológica relacionada con la activación de circuitos cerebrales relacionados con el placer o recompensa. En unas personas domina el circuito que se activa ante lo novedoso, por lo que las experiencias que conllevan cierta innovación generarán más interés y resultarán más placenteras. En cambio, en otras personas es el sistema neuronal relacionado con la familiaridad el que se muestra más sensible y estimulante.

El equilibrio que se establece entre esos dos circuitos influye en muchos aspectos de nuestro comportamiento que van más allá de la valoración o creación estética, tales como la búsqueda de sensaciones, el establecimiento de relaciones afectivas o las conductas de asunción de riesgos. Pero lo que resulta más interesante es la reciente evidencia empírica que nos indica que el predominio de uno u otro circuito cerebral está muy determinado por las experiencias infantiles, concretamente por el tipo de vínculo que el bebé establece con sus cuidadores principales. Así, cuando el bebé construye un vínculo de apego seguro con ellos porque se muestran sensibles y responden a sus necesidades, tendrá lugar un progresivo cambio del predominio del sistema ventral que atiende a lo novedoso hacia una preferencia por el sistema que encuentra recompensa y placer en la familiaridad. Por contra, cuando el vínculo es inseguro se mantendrá el predominio del sistema que se activa ante la novedad. Se trata de un proceso complejo y adaptativo en el que intervienen hormonas como la oxitocina y el cortisol.

Por lo tanto, parece que un contexto familiar conflictivo y poco previsible, incluso abusivo o negligente, que lleve a un apego inseguro con sus consecuencias negativas (conductas de riesgo, adicciones, estrés, ansiedad social, problemas relacionales) puede estar detrás de una mayor preferencia por la novedad y la originalidad, algo que resulta esencial tanto en la apreciación estética poco sujeta a corsés como en la creación de nuevos lenguajes. Tal vez, es por ello por lo que con tanta frecuencia se han asociado el desajuste psicológico y las conductas de asunción de riesgos con la originalidad y la creatividad, sobre todo cuando se trata de romper con moldes y abrir nuevos caminos.
 
Foto: Elliott Erwitt



domingo, 31 de enero de 2021

Sobre el valor de una fotografía: De la fricción cognitiva al efecto Zeigarnik




H
ice referencia en una entrada anterior a los niveles propuestos por Juan José Reyes de cara a la valoración de fotografías. Una taxonomía sencilla y, como casi todas, discutible e incompleta. El interés de la propuesta de Reyes reside en utilizar el concepto de fricción cognitiva como base de su taxonomía, otorgando mucha importancia en la valoración fotográfica a elementos cognitivos. Al contrario de lo que se podría pensar, no es un término que usemos los psicólogos, ya que fue acuñado por el programador informático Alan Cooper y es muy empleado por los diseñadores de software y páginas web. La fricción cognitiva tiene lugar cuando un usuario encuentra que un producto informático no funciona de la forma esperada. Por ejemplo, si aprieta un botón y no ocurre lo que esperaba de acuerdo con su experiencia previa, ello le generará cierta tensión y confusión. Podría decirse que la fricción cognitiva es tipo de disonancia cognitiva, concepto psicológico que hace referencia a la tensión o desarmonía interna del sistema de ideas, creencias y emociones que percibe una persona que tiene al mismo tiempo dos pensamientos que están en conflicto, o por un comportamiento que entra en conflicto con su sistema de creencias.

Sin embargo, yo siempre he preferido referirme al efecto Zeigarnik, propuesto en 1927 por una investigadora soviética llamada Bluma Zeigarnik, quien puso de manifiesto con una serie de experimentos que aquellas tareas cognitivas que eran interrumpidas antes de ser completadas eran recordadas mejor que las que eran resueltas. Algo que Zeigarnik atribuía a la tensión cognitiva creada. Es como si el cerebro siguiera dándole vueltas a aquello que no había podido resolver. Pues bien, cuando nos enfrentamos a una fotografía sencilla, bien compuesta y fácilmente legible suele ocurrir que aunque nos atraiga en un primer momento, su efecto tiende a disiparse y la olvidamos más rápidamente. Estas imágenes serían el equivalente a las tareas resueltas. En cambio, algunas fotografías que tienen una mayor complejidad visual, y que pueden resultar menos atractivas en un primer momento, son con frecuencia aquellas que nos generan una mayor tensión cognitiva y emocional, y que por lo tanto suelen perdurar más en la memoria. Suelen ser fotografías que resultan ambiguas y que hacen que nuestro cerebro empiece a trabajar. Estas imágenes serían el equivalente de las tareas no resueltas.

Como demostró, John Suler, profesor de psicología de la Rider University, en un experimento con un grupo de alumnos y alumnas, a los que presentó una serie de 200 fotografías de temática muy variada, las fotografías señaladas como impactantes durante la presentación fueron aquellas más canónicas desde el punto de vista de la composición. Sin embargo esas imágenes fueron poco recordadas al día siguiente. Hubo otros elementos vinculados con el contenido de la foto que dotaron a las imágenes de un significado y una resonancia emocional, y que hicieron que ciertas imágenes permaneciesen en la mente. Una de las características de dichas imágenes podría ser su capacidad para generar cierta tensión o disonancia cognitiva en el espectador. Otro elemento a tener en cuenta podría referirse a determinados elementos de la foto que punzasen al espectador, en la línea de la propuesta barthesiana del punctum, ese elemento azaroso que hace que la imagen punce o toque emotivamente al observador.

Por lo tanto, esa capacidad que tienen algunas fotografías de crearnos confusión y tensión emocional es un elemento que algunos fotógrafos valoramos mucho, y por eso, algunas propuestas valorativas lo incluyen como un elemento fundamental. Lo que no quiere decir que otros elementos puramente estéticos no deban ser tenidos en cuenta a lo hora de valorar una imagen fotográfica.
Texto y foto: Alfredo Oliva