jueves, 3 de marzo de 2022

CREATIVIDAD Y PENSAMIENTO EN FOTOGRAFÍA.

Continúa la creatividad impregnada de ese halo de misterio que ha dado pie a la consideración de que se trata de un don o talento de procedencia divina. Así, uno de los orígenes que se atribuyen a la expresión “olé”, utilizada para aplaudir una ejecución talentosa, hace referencia a una derivación de la palabra árabe “Allah” (Dios), por considerar que la intervención divina se encuentra tras dicha ejecución. Alejándonos de esa visión algo ingenua, y tratando de profundizar en una competencia humana tan enigmática, hay que reconocer que estamos lejos de encontrarle una explicación clara y unitaria. Las razones para encontrarnos ante un asunto tan esquivo tienen mucho que ver con su heterogeneidad, ya que podemos situarnos ante distintos tipos de creatividad en función del ámbito en que se manifieste, o de la fase del proceso creativo en que nos encontremos. 

 Acotando el terreno, y pensando en el campo de la creación fotográfica, podemos encontrar distintos momentos sucesivos en dicho proceso. Simplificando mucho, hay que mencionar una etapa inicial en la que podemos estar gestando algún proyecto que queremos desarrollar. Este momento puede asimilarse a las dos primeras fases del modelo clásico de Wallas: una fase inicial de Preparación, que requiere de trabajo y esfuerzo consciente y voluntario, a la que seguiría la de Incubación, mucho más relajada y en la que predominan los procesos inconscientes. Esta incubación es muy importante, ya que en esos momentos de relax, e incluso aburrimiento, suelen brotar las ideas que se habrían gestado durante la trabajada fase de preparación. Como escribió Walter Benjamin, "el aburrimiento es el pájaro de sueño que incuba el huevo de la experiencia". También es necesario considerar, en ese proceso de creación fotográfica, una fase final consistente en la edición del trabajo, que precisa de la selección y ordenamiento de las imágenes a incluir en una serie o proyecto. En esta fase están presentes tanto procesos cognitivos deliberados como otros más inconscientes e intuitivos. 

Pero entre esos dos momentos se sitúa el verdadero acto fotográfico. Aquel en el que decidimos encuadrar en el visor un trozo de la realidad que nos rodea y apretar el obturador para construir una imagen permanente. En ese brevísimo instante se esconde todo el misterio que otorga y quita valor a la imagen captada. Pero, ¿qué ocurre en el cerebro de algunos fotógrafos y fotógrafas que les lleva a crear imágenes de una poesía y belleza admirable? ¿Por qué son capaces de hacer que, como señalaron Von Hofmannsthal o Fox Talbot, escenas u objetos comunes o anodinos, como una regadera medio llena, una escoba o un sencillo par de zapatos adquieran súbitamente un carácter sublime y conmovedor? Estaba cargado de razón Mircea Cartarescu cuando escribió “Ser poeta significa ser capaz de ver la belleza donde nadie más la ve”. 

Creo que nos equivocaríamos al pensar que se trata de un acto con una base estrictamente intelectual y racional. Erraríamos el tiro si lo considerásemos una de las muchas manifestaciones de ese pensamiento formal que definió Jean Piaget como la meta final del desarrollo intelectual humano. Un pensamiento racional, fundamental en el progreso de desarrollo de la ciencia y la tecnología, que se articula a partir del lenguaje verbal y huye de la intuición.Una lectura sobre lo que algunos artistas han escrito acerca del acto creativo puede darnos algunas pistas sobre el pensamiento artístico y sobre la esencia del acto fotográfico. Así, Paul Cézanne alude a la importancia de orillar la racionalidad a la hora de crear, “Cuando empiezo a pensar se pierde todo”. Y Claude Monet se refirió de forma tajante a la incompatibilidad del pensamiento verbal y el visual “Para aprender a ver hay que olvidar el nombre de las cosas”. Algo parecido a lo expresando por Saint-Exupéry “Solo se ve bien con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos”. O por María Zambrano, “Analizar es una manera de quedarse al margen. Cuando solo se analiza, ni se mira, ni se admira”. Aunque, quizá fuera el movimiento surrealista el que más decididamente optó por apartar la racionalidad para dar vía libre a las tendencias inconscientes. 

 Si nos situamos en el ámbito de la fotografía, podemos aludir a cómo Serge Tisseron se refiere a la importancia en el momento del encuadre de una especial predisposición mental que nos hace sentirnos integrados en el mundo. O a cómo Cristóbal Hara escribió “Hay fotografías que sólo puedes hacer cuando estás dentro de lo que está pasando y metido en ese ritmo... Cuando estás metido en el ritmo eres invisible porque estás física y emocionalmente en armonía con él." Y no podíamos olvidar a Cartier-Bresson “Hay que pensar antes y después, pero nunca mientras estamos tomando la foto”. Es esa predisposición mental la que convierte la experiencia cotidiana en el material bruto del arte fotográfico. La que permite a la persona que fotografía vivir una experiencia epifánica que conlleva una relación mágica y sensitiva con el mundo, que no se caracteriza por la idea o el significado, sino por la presencia inmediata. Una vivencia en la que el ser humano entabla una relación con la realidad de la existencia y comienza a sentir con las tripas y el corazón. 

Situarse en ese estado de atención y conciencia plena tiene algunas consecuencias positivas. Por un lado, la mirada estará atenta a algunos detalles que se suelen escapar cuando la percepción está cegada por preocupaciones y pensamientos, y oscurecida por las expectativas sobre si será o no una buena foto, o por las dudas y pensamientos acerca de la belleza del motivo. Pensemos en esas ocasiones en que una obra artística está tan cargada de información y discurso que no es capaz punzar el corazón del observador. Y es que la contemplación se opone a la producción ya que la compulsión por producir destruye el recogimiento contemplativo (Chul Han, 2021). 

Por otro lado, al conectar con el mundo exterior de forma intuitiva, se está produciendo un contacto no filtrado por construcciones mentales, lo que deja una puerta abierta a la parte no consciente del fotógrafo, y a sus emociones más profundas. Ese aspecto resulta muy relevante cuando se trata de encontrar un estilo propio, ya que ese estilo no suele surgir de un esfuerzo deliberado de auto-expresión sino del interés inconsciente por determinados motivos, luces, colores o encuadres. Un interés selectivo que otorga coherencia estilística y que brota de todas las experiencias vitales que el fotógrafo o fotógrafa ha ido acumulando a largo de su vida y que han forjado su identidad personal. Todas nuestras vivencias significativas, pero también los libros que hemos leído, el arte, las fotos o el cine que hemos visto y la música que hemos escuchado se funden en un crisol del que nace la creación. Se trata de un material biográfico, olvidado en su mayor parte, que nuestro cerebro conserva en distintas zonas (visual, auditiva, olfativa, etc), que configura nuestro inconsciente cognitivo y que fluye mejor cuando nuestra mente se encuentra relajada y en estado de conciencia plena. La explicación de esa fluidez nos la da la neuropsicología, que muestra que esos estados mentales de relajación favorecen la conexión entre distintas áreas cerebrales: sonidos, colores, luces, olores y tacto se mezclan en una potencia creadora que busca expresarse a través de imágenes.

Resumiendo, el acto fotográfico, al igual que otros actos de creación artística, requiere de cierto estado mental de relajación y contemplación en el que los procesos más racionales de nuestro cerebro quedan aparcados para que pueda abrirse paso, a través de nuestra conciencia, todo el material inconsciente que se acumula en nuestro mundo emocional y que contribuirá a la definición de un estilo propio. 

Texto y Fotografía: Alfredo Oliva Delgado