martes, 8 de noviembre de 2016

Fotografía y emociones del cuerpo y de la mente



A
ntonio Damasio nos convenció en "El error de Descartes" de que cuerpo y mente funcionan al unísono, y que no tiene sentido diferenciar entre emociones del cuerpo y emociones de la mente. No sería yo tan osado como para contradecir a tan eminente neurólogo. Sin embargo, la fotografía nos puede convencer de que a veces conviene diferenciar entre ambos tipos de emociones.
Para ello tenemos que partir del presupuesto de que la principal función del arte es la de generar en el espectador o en el oyente emociones estéticas: nos podemos sentir conmovidos al escuchar un cuarteto de Beethoven o al contemplar un paisaje de Van Gogh o una fotografía de Moriyama. Se trata de algo que acontece después de una serie de procesos perceptivos y cognitivos que culminan con una emoción que vivimos como placentera: los placeres de la mente, que fue como Michael Kubovy denominó a las emociones estéticas.
La fotografía, también la pintura o el dibujo en menor medida, tiene la capacidad de provocar dos tipos de emociones. Por un lado la emoción suscitada por el contenido presentado en la imagen. Por ejemplo, en "Migrant mother" de Dorothea Lange, el sufrimiento que observamos en el rostro de la madre resuena en nuestro corazón y llega a conmovernos. Lo mismo podríamos decir de la famosa fotografía de William Eugene Smith "Tomoko Uemura in her bath" en la que una madre acuna en un baño japonés a una hija que muestra graves deformaciones. En esas imágenes, al igual que en muchas otras similares, basta el contenido presentado para que empaticemos con esas mujeres y experimentemos una intensa emoción. Se trata de emociones muy vitales, muy corporales, similares a las que experimentamos en la vida real.
Pero la cosa no queda ahí. Serán muchas las ocasiones en las que además del contagio captado por ese wifi emocional que es la empatía, sentiremos una emoción de carácter diferente. Una emoción puramente estética generada por la belleza en la estructura de una obra de arte, por su combinación de colores, por su composición o por su armonía. En este caso podemos sentirnos fascinados por la perfección que destila esa pintura, esa fotografía, ese poema o esa pieza musical. Se trata de emociones que podríamos considerar más espirituales, aunque sus mecanismos psicofisiológicos no son muy diferentes a los que sustentan las emociones que sentimos cotidianamente en nuestras relaciones interpersonales.
Si las primeras emociones son un producto de la evolución de nuestra especie y tienen un claro valor adaptativo, las segundas carecen de ese valor utilitarista pues no están encaminadas a procurarnos seguridad o a satisfacer nuestras necesidades básicas. Tienen valor en sí mismas, y pueden llegar a crearnos una sensación de éxtasis, fascinación o plenitud, y a pesar de considerarlas algo más espirituales también nos provocan reacciones corporales: escalofríos, vello erizado, ojos húmedos, etc.
Por lo tanto, podríamos decir que la fotografía tiene una gran potencialidad para generar emociones en el espectador ya que puede hacerlos por dos vías diferentes. Y aunque las emociones de carácter estético o artístico, tal vez se sitúen un peldaño por encima de las generadas por la empatía, en algunas ocasiones una imagen fotográfica será capaz de provocar ambas emociones. Ocasiones en las que una fotografía se convertirá de forma indiscutible en una verdadera obra de arte.
Texto: Alfredo Oliva Delgado.
Foto: W. Eugene Smith