domingo, 18 de junio de 2017

LOS INGREDIENTES DE LA CREATIVIDAD



Amor y trabajo eran para Sigmund Freud los componentes fundamentales de la creatividad. Por amor podemos pensar que hacía referencia a la motivación hacia una determinada actividad. Una actividad que nos puede apasionar tanto que nos lleve a esforzarnos al máximo por conseguir logros y por superar los fracasos. Para Howard Gardner esa conexión emocional con algo tiene sus raíces en la infancia y sin ella resulta difícil entender una vida creativa.

Daniel Goleman utiliza la metáfora de un estofado para describir los ingredientes esenciales de la creatividad. El primero de ellos no es otro que la formación técnica en una actividad; una maestría o "expertise" que no es sino el fruto de muchos años de trabajo y práctica. Es cierto que algunas personas tienen un talento innato que les sitúa en una mejor posición de partida para adquirir esa maestría, pero incluso las personas más talentosas pueden fracasar sin el esfuerzo que requiere el desarrollo de ciertas habilidades.

Otro ingrediente, creo que fundamental, sería lo que Teresa Amabile agrupa bajo la etiqueta de habilidades de pensamiento creativo. Entre esas habilidades tenemos, el pensamiento divergente o capacidad para imaginar una amplia gama de posibilidades dándole la vuelta a las cosas y convirtiendo lo conocido en extraño. La tendencia a correr riesgos haciendo las cosas de otra manera sin temor al fracaso, la tolerancia a la ambigüedad o la apertura a la experiencia. Pero quizá sea Robert Stenberg quien ha realizado una aportación más interesante acerca de estas habilidades. Así, este profesor de psicología de la Universidad de Yale destaca tres competencias intelectuales: La habilidad sintética para ver los problemas de nuevas maneras y escapar a los límites del pensamiento o la producción convencional. La habilidad analítica para reconocer cuál de las ideas generadas tienen verdadero valor y conviene persistir en ella. Y, en tercer lugar, la habilidad práctica, que no es sino la capacidad para convencer a los demás y venderles tus ideas como algo valioso.

El último ingrediente no sería otro que esa pasión a la que Freud aludía, y que muchos psicólogos denominan motivación intrínseca, que no es sino el impulso de hacer algo por la mera satisfacción que proporciona la actividad, y no por la búsqueda de dinero, premios o aprobación. Tal vez, sea por eso por lo que redes sociales como Instagram, Facebook o Flickr tienden a matar la creatividad y promover mucha uniformidad, reproduciendo los clichés hasta el infinito. 

Creo que aunque el primero y tercer ingredientes son requisitos imprescindibles de la creatividad –has de amar una actividad y dedicarle mucho tiempo- , suelen ser los aspectos algo más prosaicos, mientras que es el segundo ingrediente el que se nos aparece como más inaprensible y donde parece residir la esencia de la creatividad.
Texto y foto: Alfredo Oliva Delgado

sábado, 3 de junio de 2017

Maneras de ver



No voy a referirme al libro de John Berger, excelente por cierto, como más de uno o una puede haber pensado, sino a las evidentes diferencias que existen en nuestras miradas, y en el reflejo que tienen en nuestras fotografías. Si miráis con detenimiento la fotografía superior, y le dedicáis algo más de un par de segundos tratando de escrutar todos los elementos que aparecen en ella, podréis entender a qué me estoy refiriendo. Aunque dejaremos aparcado ese tema de momento. Una última mirada a la foto y sigamos adelante.

Si salís con frecuencia a fotografiar con algún que otro fotero o fotera os habréis dado cuenta de cómo a pesar de haber recorrido el mismo itinerario cada uno habrá recogido con su cámara imágenes diferentes. Nos podemos haber fijado en elementos que pasaron completamente desapercibidos a los demás, y algunos habrán sabido captar esos detalles más relevantes con los que ha podido construir una buena foto. Entonces nos preguntaremos ¿cómo es que yo no lo vi?.

Y es que las personas nos diferenciamos en nuestra capacidad de ver al igual que nos diferenciamos en nuestra capacidad para pensar o para sentir. Algo que no debería extrañarnos, ya que al fin y al cabo es en el cerebro donde se asientan las bases de esas tres capacidades.

A pesar de la influencia que pueden tener determinados factores más o menos genéticos sobre nuestra forma de ver, una gran responsabilidad recae sobre toda nuestra experiencia visual previa: profesión, aficiones formación visual habrán moldeado a lo largo de los años nuestra forma de percibir lo que nos rodea. Si nos centramos en el ámbito fotográfico, podemos ser conscientes de que cómo nuestras imágenes tienden a parecerse a las de aquellos fotógrafos que más hemos estudiado. Esas fotografías que tanto nos gustan han dejado su huella en nuestro cerebro creando determinados patrones visuales, en los que tratamos de encajar la realidad que percibimos. Es como si estuviésemos viendo con los ojos de Cartier-Bresson, de Erwitt o de Webb, y, aunque no lleguemos a su maestría y genialidad, en nuestras fotos seguro que aparecerán detalles bressonianos,erwittianos o webbianos.

En entradas anteriores me he referido a los estilos cognitivos de procesamiento de la información y su influencia sobre nuestras preferencias fotográficas. Así, mientras que la dependencia-independencia de campo nos lleva a la elección de determinadas distancias focales, la nivelación-acentuación influye en la decisión de incluir una mayor o menor complejidad visual en nuestros encuadres.

Pero más allá de esos estilos es necesario hacer referencia a lo que Amy E. Herman define como inteligencia visual, que no sería sino la mayor o menor capacidad que tenemos para escrutar con mayor o menor profundidad lo que tenemos delante de nuestras narices, estando atentos al más mínimo detalle, y haciendo inferencias a partir de ellos. Se trata de una competencia que puede resultar de mucha utilidad para muchos profesionales de la medicina, la psicología, el derecho o la investigación policial o forense. Seguro que más de alguno recuerda cómo Sherlock Holmes era capaz de inferir mucha información a partir de pequeños detalles que observaba en las personas que le visitaban en su estudio de Baker Street. Pero esta inteligencia también puede influir de forma decisiva en nuestra manera de fotografiar, por lo que será una competencia muy útil a la hora de fotografiar.

Pero, dejémonos de historias, y volvamos a la fotografía que ilustra este texto. ¿Quiénes de vosotros visteis esa enorme letra C que hay al fondo de la imagen? Seguro que algunos no fuisteis conscientes de ella, y es que aproximadamente la mitad de quienes miran la foto no llegan a percibirla, porque no todas las personas tienen la misma competencia visual. Si os encontráis entre ese 50% que no vio la C tampoco debéis preocuparos en exceso, ya que se trata de una competencia que se puede entrenar. Sólo se trata de hacer un esfuerzo mayor por escrutar hasta el más mínimo detalle el contexto que nos rodea puesto que con demasiada frecuencia vamos demasiados absortos en nuestro mundo interior y le prestamos poca atención. Al menos esa es la tesis que Amy E. Herman sostiene en su libro "Inteligencia Visual: Agudiza tu percepción, cambia tu vida".

Y ahora un último problema visual ¿qué ves en esta foto?