Acotando el terreno, y pensando en el campo de la creación
fotográfica, podemos encontrar distintos momentos sucesivos en dicho proceso.
Simplificando mucho, hay que mencionar una etapa inicial en la que podemos estar
gestando algún proyecto que queremos desarrollar. Este momento puede asimilarse
a las dos primeras fases del modelo clásico de Wallas: una fase inicial de
Preparación, que requiere de trabajo y esfuerzo consciente y voluntario, a la
que seguiría la de Incubación, mucho más relajada y en la que predominan los
procesos inconscientes. Esta incubación es muy importante, ya que en esos
momentos de relax, e incluso aburrimiento, suelen brotar las ideas que se
habrían gestado durante la trabajada fase de preparación. Como escribió Walter
Benjamin, "el aburrimiento es el pájaro de sueño que incuba el huevo de la
experiencia". También es necesario considerar, en ese proceso de creación
fotográfica, una fase final consistente en la edición del trabajo, que precisa
de la selección y ordenamiento de las imágenes a incluir en una serie o
proyecto. En esta fase están presentes tanto procesos cognitivos deliberados
como otros más inconscientes e intuitivos.
Pero entre esos dos momentos se sitúa
el verdadero acto fotográfico. Aquel en el que decidimos encuadrar en el visor
un trozo de la realidad que nos rodea y apretar el obturador para construir una
imagen permanente. En ese brevísimo instante se esconde todo el misterio que
otorga y quita valor a la imagen captada.
Pero, ¿qué ocurre en el cerebro de algunos fotógrafos y fotógrafas que les lleva
a crear imágenes de una poesía y belleza admirable?
¿Por qué son capaces de hacer que, como señalaron Von
Hofmannsthal o Fox Talbot, escenas u objetos comunes o anodinos, como una
regadera medio llena, una escoba o un sencillo par de zapatos adquieran
súbitamente un carácter sublime y conmovedor? Estaba cargado de razón Mircea
Cartarescu cuando escribió “Ser poeta significa ser capaz de ver la belleza
donde nadie más la ve”.
Creo que nos equivocaríamos al pensar que se trata de un
acto con una base estrictamente intelectual y racional. Erraríamos el tiro si lo
considerásemos una de las muchas manifestaciones de ese pensamiento formal que
definió Jean Piaget como la meta final del desarrollo intelectual humano. Un
pensamiento racional, fundamental en el progreso de desarrollo de la ciencia y
la tecnología, que se articula a partir del lenguaje verbal y huye de la
intuición.Una lectura sobre lo que algunos artistas han escrito acerca del acto
creativo puede darnos algunas pistas sobre el pensamiento artístico y sobre la
esencia del acto fotográfico. Así, Paul Cézanne alude a la importancia de
orillar la racionalidad a la hora de crear, “Cuando empiezo a pensar se pierde
todo”. Y Claude Monet se refirió de forma tajante a la incompatibilidad del
pensamiento verbal y el visual “Para aprender a ver hay que olvidar el nombre de
las cosas”. Algo parecido a lo expresando por Saint-Exupéry “Solo se ve bien con
el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos”. O por María Zambrano,
“Analizar es una manera de quedarse al margen. Cuando solo se analiza, ni se
mira, ni se admira”. Aunque, quizá fuera el movimiento surrealista el que más
decididamente optó por apartar la racionalidad para dar vía libre a las
tendencias inconscientes.
Si nos situamos en el ámbito de la fotografía, podemos
aludir a cómo Serge Tisseron se refiere a la importancia en el momento del
encuadre de una especial predisposición mental que nos hace sentirnos integrados
en el mundo. O a cómo Cristóbal Hara escribió “Hay fotografías que sólo puedes
hacer cuando estás dentro de lo que está pasando y metido en ese ritmo... Cuando
estás metido en el ritmo eres invisible porque estás física y emocionalmente en
armonía con él." Y no podíamos olvidar a Cartier-Bresson “Hay que pensar antes y
después, pero nunca mientras estamos tomando la foto”. Es esa predisposición
mental la que convierte la experiencia cotidiana en el material bruto del arte
fotográfico. La que permite a la persona que fotografía vivir una experiencia
epifánica que conlleva una relación mágica y sensitiva con el mundo, que no se
caracteriza por la idea o el significado, sino por la presencia inmediata. Una
vivencia en la que el ser humano entabla una relación con la realidad de la
existencia y comienza a sentir con las tripas y el corazón.
Situarse en ese
estado de atención y conciencia plena tiene algunas consecuencias positivas. Por
un lado, la mirada estará atenta a algunos detalles que se suelen escapar cuando
la percepción está cegada por preocupaciones y pensamientos, y oscurecida por
las expectativas sobre si será o no una buena foto, o por las dudas y
pensamientos acerca de la belleza del motivo. Pensemos en esas ocasiones en que
una obra artística está tan cargada de información y discurso que no es capaz
punzar el corazón del observador. Y es que la contemplación se opone a la
producción ya que la compulsión por producir destruye el recogimiento
contemplativo (Chul Han, 2021).
Por otro lado, al conectar con el mundo exterior
de forma intuitiva, se está produciendo un contacto no filtrado por
construcciones mentales, lo que deja una puerta abierta a la parte no consciente
del fotógrafo, y a sus emociones más profundas. Ese aspecto resulta muy
relevante cuando se trata de encontrar un estilo propio, ya que ese estilo no
suele surgir de un esfuerzo deliberado de auto-expresión sino del interés
inconsciente por determinados motivos, luces, colores o encuadres. Un interés
selectivo que otorga coherencia estilística y que brota de todas las
experiencias vitales que el fotógrafo o fotógrafa ha ido acumulando a largo de
su vida y que han forjado su identidad personal. Todas nuestras vivencias
significativas, pero también los libros que hemos leído, el arte, las fotos o el
cine que hemos visto y la música que hemos escuchado se funden en un crisol del
que nace la creación. Se trata de un material biográfico, olvidado en su mayor
parte, que nuestro cerebro conserva en distintas zonas (visual, auditiva,
olfativa, etc), que configura nuestro inconsciente cognitivo y que fluye mejor
cuando nuestra mente se encuentra relajada y en estado de conciencia plena. La
explicación de esa fluidez nos la da la neuropsicología, que muestra que esos
estados mentales de relajación favorecen la conexión entre distintas áreas
cerebrales: sonidos, colores, luces, olores y tacto se mezclan en una potencia
creadora que busca expresarse a través de imágenes.
Resumiendo, el acto
fotográfico, al igual que otros actos de creación artística, requiere de cierto
estado mental de relajación y contemplación en el que los procesos más
racionales de nuestro cerebro quedan aparcados para que pueda abrirse paso, a
través de nuestra conciencia, todo el material inconsciente que se acumula en
nuestro mundo emocional y que contribuirá a la definición de un estilo propio.
Texto y Fotografía: Alfredo Oliva Delgado
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