martes, 8 de septiembre de 2020

RAZÓN Y EMOCIÓN EN LA VALORACIÓN ESTÉTICA.



Viniendo como vengo del campo de la investigación académica, la valoración estética siempre me ha parecido un asunto altamente subjetivo. Si bien tomar una decisión estética entre dos obras de muy diferente calidad resulta relativamente fácil, a partir de cierto nivel cualitativo la cosa empieza a complicarse tremendamente y la sensación de subjetividad comienza a hacer acto de presencia.
Situados ante la tesitura de tener que tomar una decisión valorativa, como sería el caso del miembro de un jurado fotográfico, podemos encontrarnos con dos posibles acercamientos: el racional y el intuitivo. En el primer caso se trataría de objetivar al máximo la decisión a partir de argumentos o criterios concretos: composición, contenido, originalidad, creatividad, etc. Así, la crítica de la obra trataría de dejar a un lado aspectos puramente emocionales o personales apartándose del “porque a mí me gusta” y entrando en un análisis de cierta profundidad que desgranase todos los argumentos posibles.
En el caso del análisis intuitivo el proceso valorativo sería diferente y el foco se pondría en lo que nuestro cuerpo nos está transmitiendo ante la contemplación de una imagen, en lo que estamos sintiendo. No partiríamos de un análisis racional sino de lo puramente emocional.

Simplificando mucho podría decirse que estamos ante dos procesos diferentes de toma de decisiones: la racional versus la corazonada intuitiva. En muchas situaciones cotidianas en que tenemos que tomar una decisión nos movemos entre analizar en profundidad todos los pros y contras o bien en decidir lo que nos dicta el corazón. Y aunque de forma demasiado ligera podríamos infravalorar el poder de la intuición, los estudios recientes acerca de la toma de decisiones nos indican que estaríamos ante un error. Por ejemplo, los experimentos llevados a cabo por el psicólogo Dijksterhuis evidencian que es la complejidad de la decisión la que determina cuándo es conveniente deliberar racionalmente y cuándo dejarse llevar por la intuición. Así, parece que cuando hay muchas variables en juego la corazonada intuitiva es más efectiva que la decisión racional. Por ejemplo, cuando se trata de decidir entre obras de arte o en la elección de pareja. Es decir, cuando para tomar una decisión sólo hay que tener en cuenta un número reducido de criterios es preferible tomarse un tiempo para pensar. Sin embargo, ante una decisión compleja conviene escuchar a nuestro cuerpo y optar por la corazonada sin darle demasiadas vueltas al asunto. Hay que tener en cuenta que la reacción de nuestro cuerpo estará influida por nuestra formación y nuestra experiencia vital, lo que explicaría las diferencias individuales en nuestras preferencias.

La justificación de esta aparente paradoja tiene que ver con la mayor amplitud del inconsciente frente a la conciencia para captar señales y elementos de nuestro entorno y generar alteraciones emocionales (aumento de transpiración, mayor frecuencia cardiaca, erizado del vello, etc) sin que seamos muy conscientes de qué elementos nos han provocado esas reacciones viscerales. Elementos que escapan de nuestra conciencia y que percibimos de forma subliminal. Por ello, como ha descrito el neurocientífico Mariano Sigman en “La vida secreta de la mente”, cuando hay más variables en juego que las que la conciencia puede manipular, las decisiones inconscientes e intuitivas resultan más efectivas. El inconsciente es más ancho que la estrecha conciencia.
Todo lo anterior no quiere decir que no debamos exigir al crítico o al miembro del jurado una argumentación de su decisión y que nos conformemos con un “me gusta”. Pero ese sería un proceso posterior que seguiría a la corazonada primera.

Foto: Elliott Erwitt.

1 comentario:

  1. no puede haber una mejor foto para acompañar tu exposición relacionada con la subjetividad , el conocimiento, los puntos de vista y la intuición que se encuentran frente a la observación de una misma obra... Espectacular!

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