El pasado fin de semana tuve la ocasión de disfrutar como jurado de las fotografías finalistas al premio Photoluz que se falló en Puerto Real. Aunque pueda sonar a tópico, la elección no resultó fácil por la calidad de las colecciones finalistas, lo que no impidió que los tres miembros del jurado coincidiéramos en otorgar el primer premio a la colección presentada por Antonio Alcazar Ojeda . Se trata de tres fotografías nocturnas que se ajustan muy bien al tipo de fotografía que más me gusta. Unas imágenes en las que la noche sirve como excusa para que la oscuridad y la indefinición de los personajes, apenas iluminados por esa luz artificial que nos muestra sin dejarnos ver el todo, otorguen a la serie una enorme carga poética. No en vano los poetas místicos utilizaron la noche como una metáfora de la oscuridad de la que brota la fe. Como también la noche es el contexto de muchas de las imágenes más líricas de fotógrafos como Sudek o Brassai.
Son personajes que, al igual que en algunas fotografías de Trent Parke, surgen de la oscuridad para que la luz nos los revele con cierta ambigüedad como protagonistas de una historia que puede ser una metáfora de la vida. Una metáfora visual que se refuerza con esa balaustrada que marca un ritmo que tiene continuidad a lo largo de las tres imágenes y que parece marcar el curso de la vida. Y es que si la fotografía, como proceso técnico, es un juego de luces y sombras, también la vida lo es, con sus incertidumbres y sus certezas. Se trata de una serie muy bien resuelta técnicamente, y que funciona muy bien como conjunto, porque las imágenes se refuerzan entre sí, ahondando en una idea que si en cada una de ellas apenas está sugerida en el conjunto se nos revela con una poderosa carga emotiva que nos punza el corazón. Una colección de imágenes que se equilibran muy bien a nivel compositivo, logrando un interesante equilibrio dinámico. Así, las dos fotografías de los extremos que incluyen movimiento (los niños a la izquierda y el columpio a la derecha), contrastan con la imagen central, mucho más estática. Un contraste que se suma al contraste de luces y sombras y que aumenta el interés de las fotos. Podríamos pensar que se trata de las dos alas y el cuerpo de un ave que surca la noche, y que hacen que nuestra imaginación vuele tras ella.
Hay fotografías que son bonitas por su impacto visual, por su composición o sus colores, pero que no nos cuentan nada. Lo que no impide que puedan tener mucho valor. Otras fotografías resultan demasiado legibles, y nos relatan su historia a voces. Las fotografías de Antonio se sitúan en un punto intermedio pues tienen una narrativa muy sutil, y nos susurran al oído una historia que, al menos a mí, me hace soñar.
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