En el año 1964 el filósofo y escritor Arthur Koestler publicó “El acto de la creación” donde expuso sus reflexiones acerca de la creatividad en los ámbitos de la ciencia, el arte y el humor. Aunque han pasado algo más de 60 años desde su publicación, Koestler acuñó allí un concepto que posteriormente se ha visto apoyado por la investigación realizada en el ámbito de la psicología y las neurociencias. Se trata de su teoría de la bisociación. A diferencia de la simple asociación, que consiste en conectar ideas procedentes de un mismo marco mental, la bisociación alude a la integración de ideas que proceden de ámbitos diferentes, lo que genera una idea novedosa y sorprendente.
Algunos fotógrafos surrealistas o conceptuales utilizan fotomontajes para crear escenas irreales u oníricas a partir de imágenes reales. Es el caso de Erik Johansson, cuyas fotos parecen verosímiles pero representan situaciones imposibles, o de Paul Biddle, que transforma objetos cotidianos dándoles un nuevo contexto y un nuevo sentido.
Incluso entre fotógrafos clásicos hallamos ejemplos brillantes. Man Ray, uno de los grandes referentes, utilizó con frecuencia técnicas bisociativas: combinaba objetos cotidianos de maneras inesperadas o los colocaba en entornos que alteraban su significado. Basta recordar el recorte del ojo de Lee Miller pegado a un metrónomo, o su famosa fotografía “El violín de Ingres”. En esta conocida imagen, una mujer desnuda que recuerda la pintura de la odalisca de Ingres, aparece con las marcas en forma de f de un violín en su espalda. De esta manera la imagen de la mujer aparece ante el espectador como algo más que un cuerpo femenino; como un híbrido entre mujer e instrumento musical. Con imágenes como ésta, Ray nos invita a cuestionar la realidad y mirarla con otros ojos.
La bisociación no solo aparece en imágenes aisladas; también se refleja en proyectos fotográficos completos. En las series de Duane Michals, por ejemplo, la fotografía deja de ser un simple registro de la realidad para convertirse en una construcción de significado. Al combinar imágenes, textos y secuencias narrativas, crea un lenguaje visual poético que genera ambigüedad y asombro.
El proyecto Afronautas de Cristina de Middel es otro buen ejemplo de cómo la fotografía puede utilizar la bisociación para cuestionar la realidad combinando un enfoque aparentemente documental con una absurda ficción. Inspirado en el fallido programa espacial de Zambia en los años sesenta, De Middel recrea visualmente una historia que podría parecer cómica, pero que al mismo tiempo abre interrogantes profundos sobre la identidad, el desarrollo y la representación occidental y estereotipada de África.
La bisociación aparece entonces como el motor narrativo y visual, creando una tensión entre lo que reconocemos como verosímil y lo que identificamos como ficción, abriendo así un espacio para imaginar otros mundos posibles. Cristina de Middel nos hace ver que la ficción puede ser un vehículo poderoso de verdad, y que la bisociación permite que esa verdad emerja desde la sorpresa y la duda.
Las investigaciones actuales sobre creatividad apoyan esta visión: lo creativo no suele surgir de la nada, sino de combinar de forma original elementos ya existentes que antes no estaban relacionados. Por eso las creaciones creativas nos sorprenden: nos muestran lo conocido desde una perspectiva inesperada. Hay muchos ejemplos en las ciencias y las artes de creadores que se han servido de la bisociación en sus aportaciones. Es preciso citar a los artistas surrealistas como pioneros en el uso de esta técnica. También en el mundo de la fotografía vamos a encontrar buenos ejemplos.
Algunos fotógrafos surrealistas o conceptuales utilizan fotomontajes para crear escenas irreales u oníricas a partir de imágenes reales. Es el caso de Erik Johansson, cuyas fotos parecen verosímiles pero representan situaciones imposibles, o de Paul Biddle, que transforma objetos cotidianos dándoles un nuevo contexto y un nuevo sentido.
Incluso entre fotógrafos clásicos hallamos ejemplos brillantes. Man Ray, uno de los grandes referentes, utilizó con frecuencia técnicas bisociativas: combinaba objetos cotidianos de maneras inesperadas o los colocaba en entornos que alteraban su significado. Basta recordar el recorte del ojo de Lee Miller pegado a un metrónomo, o su famosa fotografía “El violín de Ingres”. En esta conocida imagen, una mujer desnuda que recuerda la pintura de la odalisca de Ingres, aparece con las marcas en forma de f de un violín en su espalda. De esta manera la imagen de la mujer aparece ante el espectador como algo más que un cuerpo femenino; como un híbrido entre mujer e instrumento musical. Con imágenes como ésta, Ray nos invita a cuestionar la realidad y mirarla con otros ojos.
Más cercano a nosotros se encuentra Chema Madoz, cuyas imágenes se ajustan muy bien a la definición de la bisociación de Koestler: “Un objeto o situación que se puede ver de forma simultánea desde dos marcos conceptuales diferentes, lo que genera una idea nueva“. Madoz sitúa objetos de uso común en nuevos contextos desplazándolos de su función habitual, activando tanto una lectura literal como una lectura metafórica. Pensemos por ejemplo en esa foto en la que un reloj de pulsera tiene como correa una vía del tren. La combinación de un objeto tan cotidiano y personal como el reloj con otro monumental produce en el espectador una colisión conceptual y contribuye a generar un nuevo significado abierto a la interpretación.
La bisociación no solo aparece en imágenes aisladas; también se refleja en proyectos fotográficos completos. En las series de Duane Michals, por ejemplo, la fotografía deja de ser un simple registro de la realidad para convertirse en una construcción de significado. Al combinar imágenes, textos y secuencias narrativas, crea un lenguaje visual poético que genera ambigüedad y asombro.
El proyecto Afronautas de Cristina de Middel es otro buen ejemplo de cómo la fotografía puede utilizar la bisociación para cuestionar la realidad combinando un enfoque aparentemente documental con una absurda ficción. Inspirado en el fallido programa espacial de Zambia en los años sesenta, De Middel recrea visualmente una historia que podría parecer cómica, pero que al mismo tiempo abre interrogantes profundos sobre la identidad, el desarrollo y la representación occidental y estereotipada de África.
La bisociación aparece entonces como el motor narrativo y visual, creando una tensión entre lo que reconocemos como verosímil y lo que identificamos como ficción, abriendo así un espacio para imaginar otros mundos posibles. Cristina de Middel nos hace ver que la ficción puede ser un vehículo poderoso de verdad, y que la bisociación permite que esa verdad emerja desde la sorpresa y la duda.






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