sábado, 15 de noviembre de 2025

CONSIDERACIONES SOBRE EL ESTILO FOTOGRÁFICO: EN BUSCA DE UNA AUTORÍA

 


“El mejor poeta tiende a preocuparse menos por el estilo, que por ser un libre canal para sí mismo” Walt Whitman

Hablar de estilo en fotografía supone adentrarse en uno de los temas que más suelen interesar a quienes muestran un claro interés por la fotografía como medio de expresión y autoría. El estilo no puede entenderse sin referencia a un momento histórico y a un contexto cultural determinados, ya que, como afirmó Erwin Panofsky, no es solo una cuestión de rasgos formales, sino una manifestación de la estructura mental y cultural de una época. Sin embargo, siempre existe una mirada más personal que nos permite reconocer la identidad de algunos fotógrafos a partir de sus imágenes.

El estilo fotográfico personal se construye en la intersección entre las decisiones visuales del creador y aquello que desea expresar: su sensibilidad y su punto de vista sobre la realidad. Así, en palabras de John Szarkowski, el estilo fotográfico no depende de efectos técnicos o de una estética artificial, sino de la manera en que el fotógrafo ve el mundo. Es el resultado de una mirada coherente y de una serie de elecciones constantes: qué mirar, cuándo disparar, con qué luz, cómo encuadrar, etc. Nace de una necesidad expresiva interior; no es un conjunto de trucos destinados a crear de forma artificial una firma de autoría fácilmente reconocible.

Aunque algunos teóricos han podido contraponer el estilo al contenido, asumiendo que el contenido es lo esencial y el estilo algo accesorio, Susan Sontag expuso en su ensayo “Sobre el estilo”, que esa es una división engañosa. Los aspectos formales están estrechamente vinculados al tema, y la autoría se muestra tanto en las decisiones formales como en la elección de motivos a fotografíar: el qué y el cómo resultan inseparables en la mente del fotógrafo.
 
El estilo de un fotógrafo nace de sus intereses, de su sensibilidad y de su manera particular de mirar el mundo. Todo eso se hace visible a través de ciertos recursos formales que la persona utiliza de forma consistente y que permiten reconocer su identidad detrás de un amplio conjunto de imágenes. Por eso, para hablar de estilo es importante que exista coherencia y continuidad en el tiempo. Y esa coherencia, en realidad, rara vez aparece al comienzo de una carrera: la mayoría de los fotógrafos la descubren después, cuando revisan su trabajo y se dan cuenta de que, sin saberlo, han tomado decisiones y repetido patrones que llevan mucho tiempo acompañando su mirada. Como afirma Geoff Dyer, el estilo no se crea, se revela. Y es que, en muchas ocasiones el fotógrafo no había sido plenamente consciente de las decisiones que había ido tomando de forma instintiva.

Ahora bien, aunque la coherencia es necesaria para construir un estilo propio, repetir demasiado una fórmula que funciona puede llevar a la estandarización o a la autoimitación. Uno de los grandes retos de cualquier fotógrafo es mantener un estilo reconocible sin caer en una repetición vacía. A veces se confunde coherencia con reiteración y, como consecuencia, el autor limita su capacidad para explorar nuevas direcciones. Para evitar que el estilo se convierta en un cliché previsible, es necesario evolucionar y ampliar el registro.

También es cierto que hay creadores muy distintos entre sí en cuanto a diversidad estilística. Pensemos en el caso de Bernd & Hilla Becher, cuyo estilo es extremadamente sobrio y repetitivo —casi hasta el agotamiento—, frente a fotógrafos como Robert Frank o Martin Parr, mucho más variados en lo temático y lo formal. Ambas maneras son válidas y expresan una intención clara y un sello personal, aunque, siendo sinceros, probablemente pocos preferirían la rigidez de los Becher.
Pero si hay algo que define realmente un estilo es la autenticidad: la honestidad con la que el fotógrafo expresa su punto de vista frente a la realidad. No se trata de crear una estética calculada para destacar, sino de dejar que una mirada subjetiva y profunda se manifieste en la elección de motivos, encuadres, luces y en esas pequeñas marcas invisibles que algunas imágenes parecen contener, y que actúan como heridas en el ojo del espectador.

En la actualidad, además, se valora cada vez más la coherencia conceptual por encima de la repetición estricta de las mismas decisiones formales. Un autor puede mostrar una gran diversidad estilística sin perder su identidad. Cuando un fotógrafo trabaja desde una expresión auténtica, los espectadores son capaces de ver ese hilo invisible que conecta sus imágenes y le da unidad a su obra. Esa tendencia expresiva nace de su formación artística, sus experiencias vitales y culturales, y también de ciertos rasgos de personalidad, como los estilos cognitivos que influyen en que su mirada sea más abierta o más focalizada –dependencia/independencia de campo– y más sencilla o más compleja visualmente –nivelación/acentuación.

Quizá sea esa necesidad de expresarse la que lleva a muchos fotógrafos a buscar algo más que las opciones habituales que ofrece la cámara. El filósofo Vilém Flusser decía que el estilo aparece cuando el fotógrafo utiliza el aparato de un modo inesperado, cuando se sale de lo que la máquina “espera” que haga para crear una imagen que no parece automática o previsible, sino cargada de intención expresiva. Para este filósofo nacido en Praga, la autoría no se reconoce solo por una estética concreta, sino por una actitud crítica y creativa frente a la tecnología. Y hoy esa tecnología ya no se limita a la cámara o a los programas de retoque: también incluye las redes sociales e incluso la inteligencia artificial. Por eso, el fotógrafo que busca una voz propia debe enfrentarse a las tendencias uniformadoras que imponen estas herramientas digitales, que —como apunta Lev Manovich— influyen cada vez más en las formas de expresión contemporáneas.

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