sábado, 20 de septiembre de 2025

"CAÍN" La última pesadilla visual de Juan Manuel Castro Prieto


 


“Todo lo bello y noble es producto de la razón y el cálculo”   Charles Baudelaire

Acababa de subir a Facebook un texto acerca del papel de la fotografía como facilitadora de la reflexión vital, cuando llegó a mis manos CAÍN, el último libro de Juan Manuel Castro Prieto. Después de la sacudida causada por una primera lectura pausada, pienso que la sincronía no podría haber sido mayor, ya que, al igual que Extraños, Caín se nos presenta como una mirada hacia atrás en un intento de ajustar cuentas con el pasado y encontrar sentido a lo vivido.

Con la excepción de una breve cita -y vaya cita- extraída del Génesis para cerrar el libro, no se incluye ningún tipo de texto. Son176 imágenes en blanco y negro emparejadas para dialogar entre sí y configurar unos dípticos muy sugerentes, aunque en ocasiones también muy crípticos. Ninguna datación o ubicación añade contexto a unas imágenes que parecen venir del pasado para plantar cara al presente, y que son una prueba a favor de aquella afirmación de Georges Didi-Huberman de que las fotografías son imágenes anacrónicas atravesadas por el tiempo.

Las fotografías incluidas en Caín se nos muestran extrañas y alejadas de la realidad, como si fuesen el residuo que dejan los sueños. Nos presentan escenas, con frecuencia aparentemente banales, ante las que muchos de nosotros habríamos pasado sin prestarles la más mínima atención, pero que a Castro Prieto les parecieron hermosas para fotografiar porque, probablemente, les parecieron hermosas para ver. Y, también, porque sintió que algo suyo se reflejaba en ellas. En otros casos, es el tratamiento estético el que les otorga ese aire irreal y onírico. Pocos fotógrafos saben manejar con esa maestría tanto las texturas como el desenfoque para arrastrarnos con él a su mundo de ensoñaciones. Las texturas, porque son un recurso visual esencial para agitar el mundo emocional del espectador debido a su enorme capacidad para excitar el sentido del tacto por contagio sinestésico. Un roce en la piel que unas veces sentimos como una caricia y otras como el pinchazo de una espina. Y la borrosidad y el desenfoque, por su capacidad para añadir misterio a las imágenes al dificultar lecturas demasiado directas e inequívocas. Si las imágenes de Caín son trozos del pasado, nada mejor que la borrosidad óptica para aludir a la imprecisión de la memoria, que siempre trabaja cosiendo retales marchitos por el paso del tiempo. Tal vez, tengamos que darle la razón a John Berger cuando situó en la memoria el origen de la fotografía. Y también a Walter Benjamin, quien escribió que “la verdadera realidad es la que se escapa de la imagen, que se queda entre la bruma y la niebla, esa que perdió definitivamente la nitidez”.

La ambigüedad de las imágenes incluidas en Caín requiere del espectador un papel activo e implicado. Nada de lectores cómodos que huyen de la indeterminación de las imágenes demasiado abiertas a la interpretación y que sucumben ante lo que Jacques Lacan consideró ansiedad ante la realidad arrebatada. Las imágenes de Caín distan mucho de plantear contenidos que exijan una interpretación exclusiva. Castro Prieto parece coincidir con aquella idea de Susan Sontag de que la interpretación es la venganza que se toma el intelecto sobre el arte, y pide que sea el lector quien proyecte sobre estas fotografías todas sus vivencias y todos sus fantasmas, para que cristalicen en su mente de una forma muy personal. Ello no excluye que, en algunas ocasiones, pueda haber una alegre coincidencia entre la intención del fotógrafo y la lectura del espectador, y tenga lugar un encuentro creativo entre ambos, cuando este último considera que su respuesta afectiva es similar o idéntica al estado que llevó al artista a crear su obra. Un encuentro que implica una interacción privada entre dos personas que al mirarse en el mismo espejo responden con una emoción compartida. Y es que la creatividad también está del lado del receptor sensible que capta la metáfora o la alusión que el fotógrafo planteó a modo de acertijo en imágenes y dípticos.

Si esta obra maestra ha supuesto para Castro Prieto una inmersión catártica en el pasado, nos queda la interrogante de si este enorme esfuerzo creativo le ha permitido liberar a Caín de su maldición, y a sí mismo de algunas espinas clavadas en la carne, o si, por el contrario, estas imágenes son unas reminiscencias obsesivas y recurrentes. En cualquier caso, sus seguidores estamos agradecidos por su generosidad y honestidad al hacernos partícipes de sus obsesiones. Todos nos hemos mirado alguna vez en un espejo roto.



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