jueves, 13 de febrero de 2025

UN PAISAJE NO ES UNA FOTO. UN ROSTRO TAMPOCO. NOCIONES DE NEUROESTÉTICA.



Que la emoción que nos suscitó la visión de un paisaje no suele coincidir con la provocada por la fotografía tomada de ese mismo paisaje es una experiencia que muchos de nosotros hemos vivido en más de una ocasión. Con frecuencia, la belleza del paisaje se perdió en algún momento de la toma para dejarnos ante un encuadre anodino que nos aburre pronto la mirada. Y algo parecido sucede con el retrato de personas de gran belleza que nos proporcionan fotografías sin ningún tipo de encanto. Aunque, por fortuna, también nos encontramos con la sorpresa de hacer una excelente fotografía de escenarios o personas sin ningún glamour.

Pero lo más curioso del caso es que ante un bello paisaje o ante una persona atractiva suele existir unanimidad en los juicios estéticos de los observadores, con independencia de factores personales, tales como el nivel cultural o la formación artística. Sin embargo, cuando se trata de fotografías, las diferencias en las valoraciones son enormes. No todas las personas muestran las mismas inclinaciones estéticas.

Los estudios en el campo de la neuroestética nos enseñan que la mayoría de las personas del mundo perciben de igual manera la belleza de una cara atendiendo a rasgos cono la simetría, las proporciones o los indicios de salud. Algo parecido sucede con los paisajes, en los que tendemos a apreciar mucho las puestas de sol, el horizonte del mar o los recursos naturales (ríos, lagos, bosques). En ambos casos nuestra respuesta estética es automática e inmediata, lo que parece estar indicando que estamos ante preferencias adaptativas que han sido moldeadas por la selección natural y sexual para favorecer la supervivencia. No necesitan de ningún aprendizaje puesto que todos los seres humanos venimos equipados con ellas desde el nacimiento. Estaremos ante preferencias estéticas universales capaces de superar barreras geográficas y culturales.

En cambio, las respuestas cerebrales ante objetos, como pinturas o fotografías, han tenido un recorrido temporal mucho menor, lo que hace que la influencia de la evolución sea escasa, y que los factores culturales hayan tomado el relevo de los relativos a la naturaleza humana. En este caso, ya no todos los observadores se sentirán igual de embriagados ante una puesta de sol o una cascada. Ahora serán nuestras experiencias personales, sobre todo las relacionadas con el arte y la fotografía, las que dotarán de significado a esas imágenes creando en cada uno de nosotros una resonancia emocional bien diferente. Son los esquemas visuales almacenados en la memoria los que condicionan nuestra respuesta estética.

De lo que no estoy tan seguro es de que todas las personas sean capaces de entender que una fotografía es algo bien diferente a un paisaje o a un rostro. Y es muy probable que algunas se queden ancladas en la respuesta estética automática de sus cerebros.

Fotografía: Kenneth Josephson

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