Entre Apolo y Dionisio anda el juego de la creación. Y digo juego porque me resulta difícil pensar en ella sin considerar el innegable componente lúdico que requiere todo acto creativo. Si Dionisio es el dios de la embriaguez y los instintos básicos, Apolo representa la inteligencia racional y el juicio correcto, y, tal como propuso Nietzsche, de la rivalidad y la colaboración entre estas dos divinidades surge el arte.
Dios me libre de descargar toda la responsabilidad de la creación en estos dioses. La alusión a ellos no es sino una clara metáfora de las instancias psíquicas implicadas en la creatividad. Por el lado dionisiaco tenemos a la Memoria, que lejos de ser un almacén estático y pasivo, presenta una rica actividad inconsciente mediante la que todos sus contenidos, ya sean imágenes, conocimientos o experiencias, se recombinan continuamente dando lugar a nuevos elementos. Es decir, la memoria tiene la capacidad de combinar de forma autónoma e inconsciente los datos que almacena. Por el lado apolíneo encontramos a la Consciencia, que es la instancia que recoge y somete a juicio algunos de los elementos que genera la memoria. La consciencia no es autosuficiente como la memoria a la hora de generar imágenes, pero supone un mecanismo de control que evalúa la validez de las imágenes que crea la memoria. Como expone Carlos García Delgado en el “Yo creativo”, la actividad creativa es el resultado de la interacción entre la Memoria y la Consciencia, que conforman un sistema autorregulado.
Si bien es cierto que memoria y consciencia se reparten el trabajo a la hora de la creación, también es cierto que el papel que cada una de ellas desempeña no es el mismo en todas las fases del proceso creativo. Así, pensando en el ámbito fotográfico, los procesos dionisiacos e inconscientes de la memoria tendrían más peso cuando estamos incubando un proyecto fotográfico o cuando estamos tomando fotos. Bien podría ocurrir que mientras paseamos por el campo la memoria siga trabajando incansablemente y sin que tengamos consciencia de ello, recombinando los contenidos que almacena para ofrecernos una idea interesante de cara al proyecto que tenemos entre manos. También puede guiar de forma intuitiva nuestra mirada cuando se trata de encuadrar una escena.
Si bien es cierto que memoria y consciencia se reparten el trabajo a la hora de la creación, también es cierto que el papel que cada una de ellas desempeña no es el mismo en todas las fases del proceso creativo. Así, pensando en el ámbito fotográfico, los procesos dionisiacos e inconscientes de la memoria tendrían más peso cuando estamos incubando un proyecto fotográfico o cuando estamos tomando fotos. Bien podría ocurrir que mientras paseamos por el campo la memoria siga trabajando incansablemente y sin que tengamos consciencia de ello, recombinando los contenidos que almacena para ofrecernos una idea interesante de cara al proyecto que tenemos entre manos. También puede guiar de forma intuitiva nuestra mirada cuando se trata de encuadrar una escena.
La consciencia entraría en juego después, a la hora de evaluar el interés o valor de ese proyecto que se nos ocurrió, o cuando nos disponemos a editar las imágenes tomadas. Es decir, la consciencia se encargaría de elegir de forma juiciosa y racional las soluciones que considera más acertadas. Ello supone que tanto la capacidad de combinar datos (imaginación), como la de seleccionar las soluciones válidas (juicio) serán competencias necesarias para la creación. Pero estos procesos complementarios también son incompatibles. Como indican los estudios en el ámbito de las neurociencias, la memoria se muestra más imaginativa cuando la consciencia se encuentra atenuada, como cuando estamos dormidos y brotan los sueños. En cambio, los juicios acertados requieren de una consciencia bien despierta. La creación sería, por lo tanto, un viaje de ida y vuelta entre el pensamiento lógico y el pensamiento imaginativo. Una alternancia entre dos estados cerebrales bien diferenciados y caracterizados por la producción de ondas de distinta frecuencia que pueden medirse con EEGs.
Teniendo en cuenta la importancia de los estados de consciencia atenuada para la creación de imágenes novedosas e imaginativas, las personas creadoras han buscado distintos procedimientos para engañar la consciencia y potenciar la actividad inconsciente de la memoria. Y es que, aunque la autoría requiere tanto de la memoria como de la consciencia, creo que sin la primera toda creación resulta un frío artificio desprovisto de corazón.
Quizá por ello, los surrealistas, que tanto valoraron al inconsciente como fuente de la creación, se sirvieron de la escritura o el dibujo automáticos en un intento de darle el esquinazo a la conciencia. Pero, sin duda, han sido las drogas el procedimiento más utilizado para tratar de desinhibir la imaginación desconectando la corteza prefrontal, en la que reside el control ejecutivo de nuestra consciencia. Esa consciencia, que en palabras de Rosa Montero “es el mayor obstáculo que existe contra la creatividad, un miserable enemigo íntimo que te susurra venenosas palabras al oído”. La historia del arte y la literatura está plagada de alcohólicos, opiómanos, cocainómanos y yonquis de todo tipo. También los encontramos en el mundo de la fotografía, como Nan Goldin, Annie Leibovitz, Larry Clark, Antoine d'Agata o García-Alix. Pero si bien pueden ayudar al principio, las drogas terminan convirtiéndose en una musa malvada que pueden acabar matando tanto a la creación como al creador. Otras técnicas, como la lluvia de ideas, la relajación o la meditación pueden resultar métodos interesantes para potenciar la imaginación sin los efectos negativos derivados del uso de estupefacientes. Los caminos que llevan a la creación son diversos. Tú verás el que eliges.
Foto: Nan Goldin
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