lunes, 7 de diciembre de 2020

La fotografía humanista de Tiago Santana

 


Hay fotógrafos de mirada inconfundible, con una visión del mundo que parece tamizada por un filtro personal que resalta en todas y cada una de sus imágenes. De un ingeniero mecánico metido a fotógrafo cabría esperar un acercamiento al mundo distante y frío, con una mirada marcada por la independencia de campo e interesada por detalles, geometrías y abstracciones. Sin embargo, su interés por la ingeniería palideció pronto ante una pasión por el género humano que le llevó a recorrer el Sertão brasileiro registrando con su cámara la vida cotidiana de los personajes que lo pueblan. Así, pronto la piel desplazó a la máquina y su mirada lejos de concentrarse con focales largas en abstracciones geométricas optó por abrirse en encuadres angulares, y a veces panorámicos, que le permitieron incluir en varios planos toda la humanidad de ese territorio tan áspero y extenso: “Siempre he usado un gran angular porque me obliga a estar cerca de la gente, es un intento de obligarme a estar con el otro”.



Su mirada es la propia de quien muestra un estilo cognitivo dependiente de campo caracterizado no sólo por el interés por lo social, sino también por percibir la realidad como un todo integrado en el que figura y fondo se muestran inseparables. Así, los encuadres de este fotógrafo brasileiro, mucho menos conocido que su compatriota Salgado, están cargados de complejidad, incluyendo varios planos que dotan a sus imágenes de mucha profundidad. En algunas imágenes el personaje del primer plano atrapa nuestra mirada de inmediato para dejarla escapar después hacia alguna figura que en el fondo reclama nuestra atención. Unas gallinas, un perro, un asno, una imagen religiosa o un niño nos interpelan desde atrás, y nos revelan la importancia que para Santana tienen algunos temas, como la relación entre hombres y animales, el paso del tiempo o los ritos religiosos. No en vano, este fotógrafo, que se declara admirador de la obra de Cristina García Rodero y Graciela Iturbide, dedicó su primer fotolibro “Benditos” a la religiosidad popular del nordeste brasileño. 



También declara su admiración por Koudelka, y por esa inmersión en la escena y en el mundo a documentar que ambos practican. Y con frecuencia es tanta la inmersión que sus personajes quedan fragmentados bruscamente por el borde del encuadre, o por la superposición de otros elementos visuales. Un hombro que se adentra por el ángulo superior, media cabeza de asno, el torso semioculto de un joven, o el rostro que se esconde tras un brazo, añaden intriga a sus imágenes. Así, sus encuadres no se limitan al mero registro documental sino que quedan configurados como puzles que el espectador debe componer en su cabeza, encajando todo ese engranaje de personas, animales, reflejos y sombras.



Pero si sus imágenes están cargadas de dinamismo y complejidad, Tiago Santana se reconoce como un fotógrafo que, a pesar de la cercanía cuando trabaja, se muestra discreto, silencioso y lento, y que opta de forma decidida por la fotografía analógica. “Es como si fuera a contracorriente de nuestro tiempo. Pongo una película en la cámara y hago cuatro fotografías. La película tiene la sorpresa de lo invisible, de lo no revelado de inmediato. Lo digital para mí es como si algo faltara.”

También es un fotógrafo que se muestra escéptico respecto a la utilización de otros elementos o recursos que refuercen la capacidad narrativa de las imágenes “No se puede trabajar simplemente con la necesidad de usar gratuitamente otros recursos expositivos, algo muy común que se observa hoy día en algunos trabajos de “fotografía contemporánea”. Lo esencial de una fotografía es su fuerza. Añadir algo para favorecer la lectura de la obra es algo que se ha de pensar mucho, para que no se superponga con el verdadero sentido de creación de la imagen fotográfica”

Texto: Alfredo Oliva Delgado    Fotos: Tiago Santana









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