Toda imagen tiene una expresividad asociada que viene determinada tanto por su contenido como por la configuración o dinámica de los elementos que incluye, es decir, por su composición. Y, con ligeras diferencias individuales, todo observador va a percibir de forma parecida y prioritaria esa expresividad debido a una predisposición innata. Una predisposición que nos lleva a prestar atención especial a la movilidad o la estabilidad del contexto que nos rodea, en una doble tendencia que nos impulsa a buscar bien la calma y el sosiego, bien la acción.
Por ello, no es extraño que cuando nuestra mirada se posa en una imagen se vea afectada en primer lugar por el dinamismo o la quietud que transmite la organización espacial de sus elementos gráficos. Las formas, las líneas, la nitidez, el color, todo contribuye a dotar a la imagen de una expresividad que se sitúa entre esos dos polos. Y toda evaluación estética está guiada en gran parte por esa expresividad. Nos atraen lo simétrico, lo equilibrado y lo estable, al mismo tiempo que lo vivo, lo dinámico y lo fugaz. No obstante, las preferencias se pueden decantar hacia uno de los dos extremos según nuestra predisposición emocional, nuestra cultura o nuestros valores, que aunque guíen nuestros gustos no anulan nuestra capacidad para percibir esa expresividad o dinamismo.
Eugenio D’Ors utilizó la expresión de “un mundo de cosas que pesan versus un mundo de cosas que vuelan” para dividir la producción artística en base a esa dicotomía: la estructura y estabilidad racional del clasicismo frente a la volatilidad fugaz e intuitiva del barroco o el romanticismo. Y podría decirse que todo artista a la hora de concebir y ejecutar una obra se sitúa entre alguno de estos dos polos.
La fotografía tomada en China por Marc Riboud podría responder a la primera categoría. A pesar de tratarse de una imagen de cierta complejidad por el elevado número de elementos o personajes que incluye, hay una organización visual en sus elementos que hacen que se asiente nuestra mirada y revelan un ojo compositivo privilegiado. Riboud aprovechó la puerta de esta tienda para componer un hermoso tríptico y enmarcar en sus ventanas a todos esos personajes que, a su vez, se agrupan en triadas, poniendo de manifiesto la potencia visual del número tres. Tanto el principio de simplicidad como la ley gestáltica de proximidad contribuyen al poderoso atractivo de esta fotografía clásica.
Frente al clasicismo arquitectónico de la imagen de Riboud, Antonie d’Agata nos sorprende con una imagen más ligera y volátil en la que la música sustituye a la arquitectura. La fugacidad del momento se nos muestra tanto por el contenido como por los recursos usados por el fotógrafo francés para dotar de dinamismo a su imagen. La oblicuidad, la asimetría, el contraste, el contrapicado y el desenfoque de movimiento se conjuran para hacernos vibrar con el dinamismo de ese trío en danza que hace bailar nuestra mirada. Y si la fotografía anterior nos situaba ante una composición bien pensada y estructurada, en este caso todo nos lleva a pensar en un acto puramente intuitivo que ha sabido captar con maestría toda la belleza del momento.
Entre la intuición, que se deja llevar por el "ciego" impulso espontáneo de nuestra naturaleza, y la razón, que trata de encauzar ese impulso, se mueve la creación artística. Todo acto creativo tiene un propósito situado entre ambos polos y unas estrategias representacionales para alcanzarlo. En la coherencia entre la intencionalidad del fotógrafo y su estrategia compositiva reside la magia de su creación.
Alfredo Oliva Delgado.
Como de costumbre, toda una lección de como componer una imagen.
ResponderEliminarUn abrazo Alfredo
Gracias, Josep. Un abrazo
ResponderEliminarBelíssimo texto. Diz com maestria o que representa cada uma das imagens.
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