sábado, 25 de abril de 2020

ELLIOTT ERWITT, UN FOTÓGRAFO CON UN HUMOR DE PERROS



Fotógrafos y fotógrafas los hay de todas clases. Algunos documentan la cara más cruda de la realidad tratando de despertar nuestras conciencias adormecidas. Otros nos muestran imágenes hermosas y poéticas capaces de provocarnos intensas emociones estéticas. Tampoco faltan quienes se esfuerzan en hacernos pensar con sus imágenes conceptuales. Pero también están quienes no tienen otro objetivo que arrancarnos unas sonrisas con su visión desenfadada del mundo. No me cabe ninguna duda de que Erwitt se sitúa como uno de los mejores representantes de estos últimos. Un fotógrafo que considera que el humor no coloca a una fotografía en una categoría menor: “Hacer reír a la gente es uno de los logros más perfectos que uno puede esperar”.



Elliott Erwitt nació en Francia de padres rusos, pero pasó su infancia en Italia, país del que su familia tuvo que emigrar a Estados Unidos cuando Mussolini comenzó a ponerse pesado. En California se hizo fotógrafo cuando descubrió que la cámara le servía para superar su timidez y entrar en situaciones que le generaban vergüenza o ansiedad, algo que han reconocido también muchos otros fotógrafos. Muy pronto entró en Magnum de la mano de Capa, y muy pronto también comenzó a sacar fotos de perros, un tema que nunca ha abandonado. Hizo fotos de perros callejeros, pero también incluyó a perros como modelos en algunas de sus fotos publicitarias, como en esa imagen icónica en la que incluyó a un perro enorme y otro enano para un anuncio de botas de señora. Una fotografía que pone de relieve el talento visual de este gran maestro al dejar fuera del encuadre elementos importantes para que el espectador trate de resolver el enigma visual planteado.

“Una de mis mujeres pensaba que me proyectaba en las fotos de perros. Pensaba que me identificaba con ellos. Quizá. Sin embargo, ladro a los perros”

“Los perros también tienen cualidades humanas y creo que mis fotos tienen una resonancia antropomórfica”

“Prefiero fotografiar perros franceses. Tienen una personalidad que no puedo describir”




Podríamos decir que Erwitt es uno de los pioneros de ese tipo de fotografía de calle de tono humorístico que tanto se ha desarrollado en las últimas décadas. Un género que precisa de una mirada atenta y veloz capaz de capturar esos momentos fugaces en que parece ocurrir un milagro. Como sucedió en esa calle de Kioto cuando una señora se rascó la espalda en el mismo momento en que lo hacía un perro a sus pies. O en esa imagen en la que un pequeño perro parece estar suspendido en el aire: “Cuando una foto es muy buena hay algo de irracional y mágico en ella”.




Y es que la fotografía nos ofrece fenómenos inexplicables cuando sacamos una buena fotografía de donde no había absolutamente nada o cuando esa situación tan fotogénica se convirtió en una imagen sin alma:

“Se puede fotografiar la situación más excitante y obtener una foto sin vida. En cambio, puede hacerse una foto de nada, de alguien rascándose la nariz y convertirse en una foto magnífica. Lo que pasa en la realidad y lo que se tiene en la foto pueden ser dos cosas completamente diferentes”

Más allá de ese sentido del humor fino y perspicaz, Elliot Erwitt es un fotógrafo con un gran talento para la composición -no en vano admiró a fotógrafos como Cartier Bresson o André Kertész- que no duda en reencuadrar sus imágenes para obtener composiciones casi perfectas:

“No estoy en contra de reencuadrar cuando realmente es necesario; para algunas personas se trata de un tabú. Para mí no es ningún deshonor volver a encuadrar”

En conclusión, estamos ante un enorme fotógrafo, más intuitivo que intelectual, capaz de seducir con sus fotos a todos los espectadores con independencia de su formación visual o cultural. Un creador que ha sido capaz de colocar a la fotografía de tono humorístico en el más alto pedestal.








miércoles, 1 de abril de 2020

LEYENDO UNA FOTO DE XAVIER FERRER CHUST (La señora del mocho,1991)



Xavier Ferrer es un claro ejemplo de cómo en el mundo de la fotografía la línea que separa a fotógrafos aficionados y profesionales es muy delgada, y es que aunque Xavier se sitúa entre los primeros, lleva varias décadas ofreciéndonos imágenes de mucha calidad. Su foto “La señora del mocho” pertenece a su libro Oremus, en el que nos presentó un retablo de las muchas celebraciones religiosas que tienen lugar en esta España nuestra “tan devota de Frascuelo y de María”. Un trabajo documental que combina el humanismo con la fina ironía crítica que se esconde tras la mirada traviesa de este fotógrafo “de espíritu burlón y alma inquieta” que nos recuerda la obra antropológica de autores como Koldo Chamorro o García Rodero.

La foto que he elegido es una de mis preferidas de Xavier. En ella vemos cómo una señora en zapatillas de andar por casa contempla desde un portal el paso de una celebración religiosa en la que un grupo de varones de distintas edades procesiona por las calles de Vila-Real portando algunos símbolos religiosos. Es una imagen que reúne una serie de características que a mi juicio hacen de ella una excelente fotografía. Por un parte, hay que destacar su fácil lectura, algo esencial en toda imagen documental, ya que con dedicarle solo unos segundos el observador suele captar tanto los aspectos denotativos como los connotativos sugeridos por la imagen. Difícilmente se escapará a ese espectador atento la similitud tan evidente que existe entre la posición de las manos de los señores que portan el crucificado y el farol, y las de la señora que agarra el palo de la fregona. Una semejanza no exenta de contraste y que no queda en un mero artificio visual, ya que nos sugiere unos roles de género estereotipados y bien diferenciados. Así, mientras que ellos son los protagonistas de la celebración festiva y religiosa, ella se limita a un papel mucho más modesto, el de pasar la fregona por el suelo de ese zaguán que se me antoja una prisión que abre momentáneamente sus rejas a la calle para ver pasar la procesión. Si Jesús nos libró de los pecados, ella se entrega a una limpieza mucho más terrenal y necesaria.

La composición funciona muy bien con un encuadre a modo de díptico que, a pesar del diferente número de elementos incluidos en cada mitad, muestra un buen equilibrio visual. Aunque en la derecha hay un mayor número de elementos y mucha más información, la zona de la izquierda nos ofrece un fuerte contraste entre el rostro de la mujer y el fondo oscuro del portal, y nada atrae tan poderosamente la atención de nuestra mirada como un intenso claroscuro. Por otra parte, el aislamiento de una figura humana también contribuye a incrementar su peso visual hasta el punto de llegar a compensar el peso de un grupo numeroso de personas, como ocurre en este caso. Por otra parte, aunque las manos de la mujer y de los dos hombres agarran elementos verticales, si en el caso de ellos esas líneas nos dirigen la mirada hacia arriba, donde se encuentra el crucificado, el palo de la fregona que ella ase entre sus manos nos incita a mirar hacia abajo, a ese prosaico cubo. El cielo y la tierra sugeridos por la imagen.

Estamos ante un buen ejemplo de coherencia entre los aspectos formales o compositivos y el significado de una imagen, ya que esa partición en dos mitades nos sugiere una interesante dualidad entre roles de género: ellas dedicadas a tareas domésticas y recluidas en el hogar, y ellos protagonizando la fiesta. También nos invita a pensar en el contraste entre la religiosidad vana, superficial y de capillitas, tan propia de nuestra cultura, y el esfuerzo que requieren las tareas mundanas del día a día. En definitiva, una buena fotografía que es capaz de arrancarnos una sonrisa a la vez que nos estimula la imaginación mediante una utilización magistral de recursos visuales.