Comparten comisarios de arte y árbitros de fútbol el dudoso
honor de convertirse en el centro de las críticas tanto de espectadores como de
los actores de dos mundos tan dispares como son el arte y el balompié.
Pero me atrevo a pensar que sin su existencia las cosas no harían sino
empeorar.
Para entender esta defensa de comisarios, críticos y
curadores tengo que hacer referencia al modelo de creatividad propuesto por
Csikszentmihalyi. Para este profesor de psicología estadounidense la
creatividad no es, como han pensado muchos estudiosos, un proceso mental
individual que tenga lugar en la cabeza de las personas, sino que surge de la
interacción entre las ideas de un sujeto y su contexto socio-cultural. Es el
resultado de la combinación entre la cultura, con toda su carga de significados
y simbolismos, la persona creadora, que aporta productos que pueden suponer una
innovación en el contexto cultural y un ámbito de expertos que son quienes dan
valor a esa innovación para que pase a ser asumida por la sociedad. Y es que
hay que tener en cuenta que aunque Csikszentmihalyi reconoce una creatividad en
el ámbito privado y con escasa trascendencia, para él la CREATIVIDAD con
mayúsculas es el proceso por el cual se producen cambios e innovaciones
relevantes en la cultura (Beethoven, Galileo, Monet, Picassso). Por lo tanto,
esta creatividad no es el producto de individuos aislados, sino de un sistema
social que emite juicios de aceptación y de rechazo sobre estos productos
individuales. Y aquí hay que incluir a todos los sujetos que actúan como
guardianes de las puertas que dan acceso a un dominio o campo determinado de la
creación. En el mundo del arte serían los profesores de arte, críticos,
comisarios, curadores, galeristas o directores de museos quienes determinarían
qué productos creativos merecen ser adoptados y pasan a formar parte de la
cultura aceptada. En otras palabras, son estos guardianes quienes ponen la
etiqueta de creativa a la contribución artística de una persona. Mientras esta
contribución no sea validada no cabría hablar de creatividad sino de
originalidad. No en vano la mayoría de modelos o teorías acerca de la
creatividad dan mucha importancia a este último aspecto, y consideran que la
persona creativa es aquel artista que es capaz de conseguir que sus creaciones
sean aceptadas por estos expertos. Si tenemos en cuenta la enorme cantidad de
productos que cada año se generan en cualquier domino artístico, es fácil
entender que es imposible que esta producción pueda ser asimilada por la
cultura por lo que una selección se hace imprescindible. Y no parece que dejar
esa selección en manos del público general sea la mejor fórmula para que el
arte evoluciones. El público suele ser muy conservador y arriesgar poco.
Si nos centramos en el dominio o campo de la fotografía
podríamos destacar el importante papel desempeñado por algunos curadores, tales
como John Szarkowski, quien desde su puesto como director de fotografía del
MOMA, y actuando como comisario en diversas exposiciones, dio validez a la obra
de fotógrafos como Garry Winogrand, Diane Arbus, Lee Friedlander o William Eggleston. Autores todos ellos que
supusieron innovaciones importantes en el curso de la fotografía. Resulta
aventurado adivinar qué hubiera ocurrido con la obra de estos autores, pero una
posibilidad es que sin la intervención de Szarkowski hubiera pasado
desapercibida y la historia de la fotografía habría seguido otro cauce.
No hay comentarios:
Publicar un comentario