miércoles, 26 de octubre de 2016

FOTOGRAFÍA Y PSICOLOGÍA: La creación y su apreciación precisan de algo más que maestría



Toda imagen artística incluye una narrativa con dos componentes. El primero es de carácter denotativo, porque se refiere a una historia que la imagen trata de contar y que suele ser más o menos explícita y evidente a primera vista. El segundo tiene un matiz connotativo o simbólico, es decir, un significado oculto y metafórico que depende en gran medida de la capacidad del observador para leer e interpretar la imagen. Por ejemplo, pensemos en la conocida fotografía de Robert Frank en la que dos mujeres se asoman a ventanas sobre las que ondea una bandera de los EEUU que oculta la cara de una de ellas, mientras que la otra observa la calle desde la penumbra de la habitación. Se trata de una imagen aparentemente anodina, en la que no sucede nada y que contiene una narrativa más bien pobre. Sin embargo, a pesar de su ambigüedad, sentimos que la escena nos atrapa con su fuerza, aunque no seamos conscientes de la causa. Y es que una mirada más detenida podría llevarnos a pensar que Frank quiere contarnos algo relativo a la posición del ciudadano norteamericano frente al Estado. Un ciudadano cuya individualidad queda engullida por un Estado representado por la bandera de las barras y las estrellas. Algo que encaja perfectamente con la visión de América que este fotógrafo de origen Suizo plasmó en su libro, con unas imágenes que contradijeron la idea del paraíso americano y que representaron el testimonio visual de personas peleando por existir en una sociedad en la que la opulencia se daba la mano con las desigualdades, la pobreza y el racismo.

Si entender el elemento narrativo denotativo o explícito sólo requiere de algunos conocimientos declarativos sobre el mundo, la interpretación de significados simbólicos necesita de conocimientos y competencias más específicas por parte del espectador, así como de cierta formación visual o fotográfica. Como había señalado Gombrich, el arte (y la fotografía lo es) es un sistema convencional similar al lenguaje que solo puede ser comprendido si uno ha aprendido a leer sus significados. Por lo tanto, podríamos considerar que la maestría nos situaría en una posición ventajosa para el juicio y la valoración estética. Si hacemos mejores fotos lo más probable es que también mejoremos como críticos de fotografía.

Sabemos que con la experiencia en una actividad profesional o en una afición se van acumulando en nuestro cerebro esquemas cognitivos que nos han permitido resolver con éxito algunas situaciones en el pasado y que usaremos para afrontar proyectos venideros. Esa es una consecuencia de la práctica y el aprendizaje: la capacidad para afrontar de forma eficiente nuevos problemas. Pero esta competencia no sólo se pone de manifiesto cuando el fotógrafo toma fotos, sino también cuando valora y aprecia las fotos de los demás.

Sin embargo, tal vez no siempre sea así, ya que la maestría puede llevar aparejados algunos efectos indeseados. Es posible que nos haga volvernos más comodones y tiremos de esquemas visuales previos antes de construir otros nuevos, lo que puede hacer que con la mochila repleta de esos esquemas o clichés giremos confortablemente alrededor de un mismo punto sobre caminos ya muy trillados. Y como el creador y el espectador suelen ir de la mano, a la hora de valorar los trabajos ajenos también acarreamos la rémora de esa maestría, que puede actuar como unas anteojeras que limiten nuestra capacidad para la fascinación ante propuestas fotográficas arriesgadas y creativas.

Afortunadamente no siempre se produce ese anquilosamiento, puesto que hay personas que son capaces de mantener la frescura y apertura propia del novato junto a la maestría acumulada tras muchos años de experiencia. Así, la evidencia de que disponemos indica que son dos los rasgos que caracterizan a este tipo de personas. Por un parte, el pensamiento creativo, que va a facilitar el establecimiento de conexiones entre marcos semánticos aparentemente incongruentes o distantes, algo que podría pasar inadvertido para muchos. Un pensamiento creativo que hará más probable la transferencia de esas competencias que configuran la maestría a situaciones nuevas. Por otro lado, la apertura a la experiencia, uno de los cinco grandes rasgos de la personalidad, que llevará al sujeto a la búsqueda de nuevos significados y simbolismos en una imagen, especialmente en las dotadas de una mayor complejidad visual. Por lo tanto, podríamos concluir afirmando que las propuestas estéticas realmente innovadoras requieren de fotógrafos que las lleven a cabo y de críticos que las reconozcan, y que tanto unos como otros han de compartir algo más que una intensa experiencia en lo que hacen, deben ser personas creativas y que se muestren abiertos a las nuevas experiencias.

Foto: Michael Ackerman

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