Vivimos una época de una urgente necesidad de mostrar nuestra imagen a través del “selfie”, un fenómeno que ha crecido de forma paralela al desarrollo de los smartphones y las redes sociales. Demasiado a la ligera podríamos despachar esta práctica como una consecuencia del narcisismo que inunda la sociedad, y lo es cuando la intención del fotógrafo o fotógrafa se limita a presentar ante los demás la imagen más favorable de sí mismo. Sin embargo, todo selfie es también un autorretrato que puede actuar como herramienta para el autoconocimiento y el cambio personal que brota de un impulso interior que resulta más urgente en momentos de crisis personal. No es extraño que los autorretratos o selfies que inundan Instagram presenten en una elevada proporción a chicos y chicas adolescentes si tenemos en cuenta que la adolescencia es una etapa evolutiva de una fuerte crisis de identidad personal.
Algunas personas pueden considerar innecesaria la utilización de la fotografía para conocernos mejor ¿Cómo podría un autorretrato contarnos algo de nosotros mismos que no conozcamos ya? ¿Acaso no es cada persona adulta plenamente consciente de su identidad? Pues resulta evidente que no, ya que continuamente nos encontramos en un proceso de exploración y construcción de nuestra identidad, a pesar de lo cual muchos rincones permanecen ocultos a nuestra conciencia.
El autorretrato es una técnica creativa que se nutre de nuestras emociones profundas, ya que situarnos delante de la cámara es una buena manera para estimular esas emociones y convertirlas en una pieza artística mediante una experiencia de diálogo no verbal con nosotros mismos. Como escribe la fotógrafa catalana Cristina Nuñez “Disparo tras disparo vivo mis diferentes identidades, buscando algo que aún no conozco de mí misma” El secreto es mirar hacia dentro y fotografiar lo que sentimos y sufrimos en una especie de estado de conciencia plena en el que emociones y pensamientos fluyen libremente. Hay por ello una clara intencionalidad de comunicarnos con nosotros mismos mediante la imagen, de exploración de nuestro autoconcepto y de autorevelación.
Tiene el autorretrato la peculiaridad de que el fotógrafo adquiere el triple rol de autor, sujeto y espectador. Y en ese triple rol tiene mucho peso el papel activo de sujeto fotografiado que decide cómo presentarse y posar ante la cámara. Y es que representar una escena como protagonista es una buena forma para expresar algunos sentimientos internos que se ocultan a la conciencia. Un proceso en el que la preparación y la puesta en escena tienen más importancia que la imagen final. También el rol de espectador resulta esencial, ya que la foto permite al autor un cierto distanciamiento con respecto a su propia imagen. Cuando analizamos esa imagen, sobre todo si lo hacemos con asesoramiento experto, podemos tomar conciencia de algunas facetas de nuestro yo que nos resistimos a aceptar.
Quizá sea Jo Spence la pionera más conocida en el uso del autorretrato como herramienta terapéutica, cuando decidió fotografiar el proceso de cambios que estaba experimentando su cuerpo tras ser diagnosticada de un cáncer de mama creando un diario visual del proceso. Un diario que nos muestra a una mujer que lucha por aceptar la contradicción entre su apariencia real y la ideal que la sociedad espera de una mujer. En cierta forma, sus autorretratos, que estaban cargados de emociones dolorosas, no solo supusieron un proyecto de liberación y empoderamiento personal, también convirtieron a Spence en una mujer que tenía algo importante y crítico que decir a la comunidad sobre la imagen femenina. Su estancia en el British Film Institute le puso en contacto con la obra de muchos autores como Sergio Eisenstein, quien consideraba que la tarea de un director de cine consistía en hacer pasar al espectador por una serie de colisiones o shocks. Tal vez su admiración por el genial cineasta ruso influyó en cómo Spence trató de sacudir al espectador con unas imágenes de mucha potencia visual. También nos hizo tomar conciencia de que cada autorretrato puede ser una suerte de performance, en la que nos mostramos ante la cámara como queremos que los demás nos vean, o con la que tratamos de comunicar algo relacionado con nuestro rol en la comunidad.
Como también hizo Cindy Sherman en su serie Untitled Film Stills, en la que se presentaba a sí misma adoptando multitud de clichés femeninos y estereotipados propios de una sociedad machista: como prostituta, ama de casa, drogadicta o bailarina. Unas imágenes que aluden a la conciencia crítica del espectador. Y que trascienden su valor artístico para convertirse en un documento reivindicativo y feminista. O como Sophie Calle, que puso en escena su propia vida cuando pidió a su madre que contratase a un detective para que la siguiese haciendo un informe detallado de sus actividades diarias.
En definitiva, el autorretrato representa una modalidad fotográfica con un enorme potencial para su utilización de cara al conocimiento y desarrollo de nuestra identidad personal. Tal vez por ello muchos nos resistamos a asomarnos a ese espejo en el que tal vez veamos reflejadas cosas que no queremos ver.
Foto: Cindy Sherman