jueves, 25 de octubre de 2018

LEYENDO UNA IMAGEN DE CHEMA MADOZ. Una oda al placer de fumar


Alfredo Oliva Delgado
Chema Madoz es un fotógrafo muy apreciado y conocido por su estilo surrealista-conceptual, cuyas fotografías requieren una evidente preparación previa. Aunque se trata de una fotografía atípica en la obra de Madoz, quien no suele incluir figuras humanas en sus imágenes, cabe pensar que este trabajo ha sido pensado y preparado previamente y que es una foto escenificada.
En esta fotografía en blanco y negro vemos el busto de una persona de género poco definido en un plano medio corto con un cigarrillo en la boca. Un cigarro cuyo extremo coincide exactamente con el inicio de una senda o camino, que situado en el plano inmediatamente posterior serpentea hasta perderse en el horizonte simulando ser el humo que sale del cigarro. Esa coincidencia o trampantojo es quizá el elemento visual más llamativo de la foto, y es un evidente ejemplo del ingenio de Madoz. Cuando el espectador se da cuenta de esa broma visual, no le queda otra que exclamar: ¡qué cabrón!
La luz de la imagen es difusa y suave, la correspondiente a un día nublado, pero el rostro está muy iluminado, generando un fuerte contraste con su vestimenta oscura y con el fondo, también oscuro, lo que incrementa el impacto visual de la foto. Sin embargo, el rostro está desenfocado, ya que el foco está en el plano posterior. También tiene los ojos cerrados. Creo que ese recurso técnico no tiene otro objetivo que el de conseguir que nuestra mirada no quede atrapada en el primer plano y lo trascienda para recorrer esa senda que brota de la punta del cigarrillo hasta perderse en la lejanía brumosa. No debemos olvidar que pocos elementos atraen más la atención que el ojo humano, por lo que si estuviesen abiertos adquirirían demasiado protagonismo en la imagen, algo que Madoz parece haber querido evitar para que no compitiesen con el fondo.
Las texturas tienen presencia e importancia en la imagen. Existe un contraste evidente entre el rostro suave y liso que la iluminación difusa potencia, y la aspereza ruda de las rocas de abajo, mientras que la textura de la vegetación del fondo imprime una cierta calidez afectiva a toda la escena, y nos predispone a sentir una emoción tierna y placentera.
El corte de la cabeza, que además está algo descentrada, unido a la sinuosidad de la línea curva del camino del fondo imprime dinamismo y ritmo a una imagen aparentemente estática.
La composición es algo extraña, ya que, con la excepción de unas rocas claras y pesadas en la parte inferior y que dan cierto equilibrio, todo el peso visual está en la mitad superior del encuadre, con lo que se consigue cierta sensación de ligereza, como favoreciendo el ascenso del humo del cigarro, y de los sueños asociados.
Me parece muy interesante y estudiada esa contraposición de elementos: las pesadas rocas abajo, y el humo-senda arriba. Una oposición que puede ser interpretada a modo de analogía o metáfora del contraste entre los sueños y el peso de la realidad. El hecho de que la figura tenga los ojos cerrados mientras disfruta del placer de fumar, y que la perspectiva aérea cree una franja superior donde el paisaje tiene un cierto aire irreal, incluso onírico, podría contribuir a esa especie de ensoñación en la que parece estar sumido el personaje. Ese humo-senda nos dirige hacia un lugar soñado o imaginado. Sin perder de vista que el tabaco, o lo que sea que esté fumando, puede contribuir a esa evasión de la realidad mediante la ensoñación diurna. La frente iluminada en ese primer frente parece estar invitando al espectador a entrar en la cabeza del soñador o soñadora para compartir sus sueños.
En definitiva, un excelente trabajo en el que tras una imagen ingeniosa aunque aparentemente banal se adivina una metáfora con cierto calado existencial, y en la que el autor utiliza con maestría un buen puñado de recursos visuales para ponerlos al servicio de una idea.

domingo, 21 de octubre de 2018

LEYENDO UNA IMAGEN DE SAUL LEITER: Snow (1960)


Saul Leiter fue un formidable fotógrafo que, como muchos otros, dejó la pintura para dedicarse a la fotografía. Un pasado que se deja notar en sus exquisitas composiciones, su plasticidad y su uso del color. Snow fue tomada en 1960, al final de lo que fue su etapa más interesante y fructífera, la década de los 50, en las que tomó en las calles de Nueva York la mayoría de las fotos en color por las que hoy le conocemos. Unas fotografías con una dosis de abstracción que no han perdido ni un ápice de frescura en los 60 años transcurridos, y es que muchas innovaciones estéticas requieren del paso del tiempo para que puedan ser apreciadas por el gran público. 

La foto está sacada a través del cristal de una ventana desde el interior de un restaurante, como se puede deducir por las letras invertidas que figuran en el cristal (seats dining room), en un frío día invernal. Se trata de una composición sencilla que incluye pocos elementos: la silueta oscura de un hombre de perfil tocado con una gorra, un camión amarillo que circula al fondo y otra silueta humana incompleta y que sale del encuadre. A pesar de esa simplicidad en la composición la imagen presenta una interesante ambigüedad interpretativa, ya que toda la escena, pero sobre todo la figura principal, está poco definida y borrosa por encontrarse tras un cristal empañado. Una figura que parece derretirse cintura abajo debido al efecto visual de los chorreones de agua que se deslizan por el cristal. Donde deberían estar sus pies vemos una especie de aleta caudal que, con un poco de imaginación, me hace pensar en una sirena encerrada en un enorme acuario urbano. Esa figura es el elemento principal de la imagen y representa el eje vertical que vertebra la composición; está situada en la línea de tercios derecha y dirige su mirada hacia la izquierda mientras que un camión amarillo al fondo se desplaza en sentido contrario, es decir, hacia la derecha. Esa contraposición de vectores entre la mirada y el movimiento del camión crea un equilibrio dinámico que unido al corte de la silueta de la izquierda y a las gotas de agua que se deslizan por el cristal rompen el hieratismo de la imagen.

A pesar de que el color no tiene la misma presencia exuberante que en otras fotos de Leiter, la masa amarilla del camión tiene mucho peso visual y rompe el casi absoluto monocromatismo de la imagen. El amarillo, junto al rojo, que también tiene mucha presencia en la obra de Leiter, son los colores cálidos que más atraen la atención del ojo humano, algo que sin duda el fotógrafo conocía bien.
Pero, sin duda, son las texturas es elemento más importante de la foto, ya que esas texturas excitan por sinestesia nuestro sentido del tacto generando una intensa reacción emocional que nos traslada a nuestra infancia (me recuerda la ventana empañada que contemplaba arropado desde la cama en las frías mañanas navideñas). Esa sensación cálida creada por texturas y color contrasta fuertemente con la nieve que vemos a través de la ventana, y nos hace sentir que nos encontramos cómodamente sentados al amor de la lumbre observando la fría calle desde el interior de un restaurante neoyorkino.
Alfredo Oliva Delgado