viernes, 18 de septiembre de 2015

El falso mito de la proporción áurea (Golden Ratio)




Entre las reglas de composición más conocidas encontramos la proporción áurea (golden ratio) y su prima hermana, la regla de los tercios. Ya sabéis, la idea de que cuando un elemento está situado en un punto descentrado con respecto al eje vertical del encuadre su impacto visual es mayor. Esta proporción áurea ha sido considerada como una regla universal por matemáticos, biólogos, artistas o arquitectos. Su presencia en la arquitectura clásica o en fenómenos naturales ha sido la prueba que siempre sirvió para avalar esta universalidad y negar cualquier tipo de dependencia de factores sociales o culturales. Es decir, nuestra tendencia a otorgar un mayor valor estético y  preferir imágenes compuestas de acuerdo con esta proporción áurea, obedecería a un impulso innato grabado en nuestros genes e independiente de nuestra formación artística o de nuestras experiencias visuales. La experimentación en psicología también apuntó en esa misma dirección, al menos la que se había llevado a cabo hasta ahora.

Pues bien, parece que hemos estado instalados en un engaño duradero, al menos eso es lo que parecen indicar los estudios llevados a cabo por Stefan Stieger y Viren Swani, y que han sido publicados en “Psychology of Aesthetics, Creativity and the Arts”. Estos investigadores de las Universidades de Viena y Westminster se han servido del Test de Asociación Implícita (IAT), y mediante la comparación de imágenes artísticas  con diversos contenidos y composición mostradas a sujetos con distinto grado de interés y conocimiento sobre arte. Aunque resultaría complicado explicar en profundidad aquí cómo funciona el IAT, se trata de una prueba que realiza una evaluación de la preferencia estética relativamente independiente de la deseabilidad social y de la formación artística del sujeto a partir de su reacción instantánea a las imágenes presentadas.

 Los resultados de la investigación indicaron que, contrariamente a lo esperado, todos los sujetos mostraron una mayor preferencia por las composiciones en las que el elemento se situaba en una posición centrada frente a aquellas en las que se seguía la regla de la proporción áurea. Ni el interés ni la formación artística influyeron en esta preferencia inmediata por lo simétrico. Sin embargo, cuando en lugar de la respuesta  inmediata se tuvo en cuenta una respuesta menos espontánea utilizando una prueba de diferencial semántico, las preferencias a favor de las composiciones centradas tendieron a desaparecer, sobre todo cuando aumentaba la formación artística. En un experimento posterior también se comprobó si los sujetos mostraban preferencia por composiciones basadas en la proporción dorada frente a otras en las que el elemento principal se situaba a la izquierda o derecha del centro, pero algo alejado de esa proporción dorada. Los resultados mostraron que cuando se controlaba el interés y la formación artística de los participantes no surgieron diferencias en las preferencias por una u otra composición. Sólo se encontró una ligera preferencia hacia aquellas imágenes en las que el elemento se situaba a la derecha, lo que puede deberse a que la mayoría de los sujetos participantes en el estudio eran diestros.


Resumiendo, el estudio de Stieger y Swani parece cuestionar una las verdades más asumidas en relación con las preferencias estéticas. Al contrario de lo que se venía pensando hasta ahora, las imágenes compuestas de acuerdo con la proporción dorada no resultan más atractivas para los sujetos, y, por supuesto no parece haber ninguna tendencia innata que nos lleve a preferirlas. Más bien, esa supuesta preferencia, sólo se observa muy ligeramente entre quienes tienen una mayor formación artística, por lo que podría deberse al efecto de la exposición repetida; es decir, a fuerza de ver imágenes compuestas teniendo en cuenta la proporción áurea o la regla de los tercios terminan pareciéndonos más atractivas que otras composiciones menos académicas. Ello no quiere decir que cuando se lleva a cabo un análisis más a fondo de la imagen en el que intervienen procesos cognitivos de orden superior en los que la formación artística juega un papel importante, no aparezca la preferencia por la proporción áurea. Pero se trata de una preferencia con una base cultural muy clara, nada de una preferencia universal e innata. Un mito más que se nos cae.

martes, 8 de septiembre de 2015

De Roland Barthes a la fotografía terapéutica




Cuando en 1980 Roland Barthes publicó "La cámara Lúcida" puso la primera piedra de lo que hoy denominamos fototerapia o fotografía terapéutica. En su libro, Barthes analizaba la fotografía poniendo énfasis en los sentimientos o emociones que provoca. Así, la diferencia que estableció entre lo que denominó studium y punctum probablemente se haya convertido en una de las aportaciones más interesantes y populares en el mundo de la fotografía. Con el studium hizo referencia a las fotografías, o los aspectos de una fotografía, ordinarios y de interés general que pretenden provocar un efecto en la mayoría de observadores. La intención del fotógrafo es informar, sorprender, comunicar o provocar un deseo en el espectador, de una forma visible. Mediante la composición y las referencias culturales, el fotógrafo va a conseguir que el espectador medio comprenda  la foto, aunque la emoción que sentirá será de baja intensidad. A juicio de Barthes, son fotos que pueden atraer y gustar, pero que no llegan a enamorar. En cambio, el punctum es ese elemento aparentemente irrelevante de la fotografía pero que provoca una intensa reacción emocional. Algo que salta de la imagen para sacudir con fuerza el mundo emocional del observador. El punctum genera una combinación de emociones y recuerdos que pueden provocar nostalgia, angustia o incluso dolor, al traer a la mente algunos sucesos difíciles del pasado que tienen una fuerte carga afectiva que perturben el equilibrio emocional.

Este concepto de punctum ha recibido apoyo por parte de la investigación psicológica, que sugiere que algunos estímulos significativos, tanto a nivel biológico como social, atraen poderosamente la atención humana. Estos estímulos harán que algunas fotografías nos atrapen, aunque no tengamos muy claro por qué, y sobresalgan por encima del resto. Y la idea básica de la fototerapia es que esas imágenes pueden estar relacionadas con algunos acontecimientos de nuestra vida que permanecen ocultos a nuestra conciencia, y que en ocasiones pudieron resultar traumáticos. Esos elementos incluidos en la foto servirán de pistas que facilitarán el recuerdo.

Una característica de las experiencias traumáticas es que permanecen en la memoria por largo tiempo, aunque no seamos conscientes de ello. Y lo problemático es que en dichas experiencias, las diferentes partes de la memoria asociadas al suceso no están integradas y aparecen disociadas. Son piezas de información encapsuladas que no pueden ser comprendidas o verbalizadas o conectadas con nuestra propia historia de vida, y que en algunas ocasiones pueden causar trastornos psicológicos.
El visionado de fotografías, que pueden ser tanto autobiográficas como ajenas al sujeto, proporcionará la oportunidad para rememorar algunas situaciones y hablar con el terapeuta sobre ellas con más comodidad. A veces puede ser un simple objeto presente en la foto, el que nos punce; en otras ocasiones será un gesto o expresión facial, el que nos haga revivir una emoción. En cualquier caso, la fototerapia proporcionaría un medio para procesar de forma exitosa una experiencia traumática, y permitiría llegar a una situación en que los recuerdos del trauma se convierten en una parte integral de la vida de la persona, lo que le ayudaría a superarlo. Pero la fotografía también puede ser una herramienta que nos ayude a conocernos mejor a nosotros mismos, con independencia de que se emplee en un contexto terapéutico.