Afirmaba Susan Sontag que la
enorme versatilidad de la fotografía hace que no tenga mucho sentido hablar de
estilo. El pintor desarrolla un estilo a lo largo de los años que hace que su
obra sea reconocible. Sin embargo, en la fotografía "las cualidades
formales del estilo -méta central de la pintura- a lo sumo tienen importancia secundaria,
mientras que siempre tiene fundamental importancia qué es lo fotografiado."
(Sontag, 1973, pag. 135).
Pese a esa libertad que la cámara
ofrece al fotógrafo para hacer piruetas estilísticas, cada mirada tiene su
peculiar forma de atrapar la realidad y con el tiempo el fotógrafo es
reconocible en su obra. Aunque conseguir combinar originalidad y creatividad con
una cierta constancia en el estilo solo está al alcance de algunos favorecidos
por las musas. Y es que la maestría, o el dominio que la práctica intensiva en
una actividad trae consigo, no siempre va acompañada de un aumento de la
creatividad. Más bien puede ocurrir lo contrario.
Es cierto que la maestría nos
brinda la posibilidad de ser más eficientes, de resolver con menos esfuerzo las
situaciones problemáticas que se nos presentan en el ejercicio de nuestra
profesión o de nuestros hobbies. La experiencia acumulada del experto le lleva
a actuar de forma más intuitiva, saltándose los pasos lógicos y ordenados
propios del que se inicia. Esa intuición, que es el destilado de mucho esfuerzo
y dedicación, tiene su sustrato neurológico: el cerebro establece conexiones entre
células en forma de patrones neuronales. Por lo tanto, cuando el experto
afronta una nueva situación fácilmente encuentra en su cerebro algún patrón ya
construido del que podrá tirar para resolver con decoro esa situación.
Con la edad, y con la práctica y
el envejecimiento natural de nuestro cerebro ocurren dos cosas; por una parte
acumulamos una mayor número de patrones neuronales, lo que nos convierten en
expertos; pero, por otra parte, nuestra energía mental ya no es la que era
cuando teníamos 20 años y nos vamos volviendo mentalmente perezosos: cada vez
dedicamos menos tiempo y esfuerzo a resolver nuevos problemas y encontrar
soluciones fotográficas originales. Lo que hacemos es tirar de nuestra
experiencia buscando en nuestra mochila de patrones visuales, ya que es muy
probable que allí encontraremos algo útil. El inconveniente que tiene esta
forma de trabajar es que nos repetimos una y otra vez. Nos vamos haciendo muy
previsibles en un estilo eficaz pero que poco a poco va perdiendo frescura y
originalidad. Eso explica que la mayoría de estudios encuentre que la curva de
la creatividad suele tocar techo antes de los 40 años, y que maestría y
creatividad sigan trayectorias divergentes. No obstante, puede haber algunas
excepciones, como la de aquellos sujetos que empezaron a una edad tardía su
actividad "artística". En esos casos,
el bagaje de patrones acumulados será escaso y tendrán que esforzarse en
encontrar nuevas soluciones a los problemas que afronten, por lo que su curva
de creatividad llevará algún retraso. Otro caso será el de algunos individuos
excepcionales, cuya insatisfacción permanente les llevará a una búsqueda
continua de nuevas fórmulas expresivas. Pero, no nos engañemos, esos son los
menos, la mayoría tendremos que mirar hacia atrás para ver que encontramos.
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