He elegido la que creo que es la foto más conocida de Sergio Larrain “Pasaje Bavestrello”, una fotografía icónica a la que su autor se ha referido en muchas ocasiones como su primera imagen mágica, porque la tomó en un momento de una especial predisposición mental. Un estado psíquico que hoy podríamos considerar como de mindfulness o conciencia plena, en que el fotógrafo actúa como una especie médium que se limita a recoger imágenes que existen a su alrededor. Es una fotografía que forma parte de su libro sobre Valparaíso y que tomó en 1952 en esa hermosa ciudad chilena.
En la foto vemos a dos niñas de espalda que bajan por uno de los muchos callejones empinados que descienden hacia el mar desde los cerros porteños. Se trata de una imagen extraña que no deja indiferente, y que se diferencia de muchas otras fotografías de Larrain, como las que tomó de los niños de la calle junto al río Mapocho. Unas situaciones en las que se metía de lleno en la escena para interactuar con sus personajes y en las que usaba unos encuadres muy atrevidos y dinámicos con cortes de figuras, desequilibrios, puntos de vista inusuales o borrosidades, y que nos revelaban una de las miradas más originales y talentosas que hemos conocido. Yo me atrevería a decir que su capacidad para la composición era incluso superior a la de quien fue su mentor en Magnum, Henri Cartier-Bresson. Sin embargo, en esta imagen el fotógrafo se convierte en una especie de voyeur que se mantiene al margen ocultándose en las sombras para observar la escena sin intervenir en ella, algo que fue cada vez más frecuente en la obra de Larrain.
Además, emplea una composición muy clásica, en la que los pesos visuales se compensan bien y consiguen un agradable equilibrio, y en la que, a pesar de la escasa profundidad real de la escena, percibimos cierta profundidad visual debida a la sucesión de planos de sombras y luces y por la perspectiva creada por las líneas de fuga del callejón. Es una imagen que me recuerda las composiciones que usaban los maestros renacentistas, en las que situaban a sus personajes en un contexto arquitectónico de fondo que les permitía dar profundidad a sus obras mediante el uso de la perspectiva. Hay que destacar que se trata de una fotografía recortada sobre el original de formato cuadrado, probablemente para que encajara mejor con el resto de imágenes también verticales incluidas en su libro sobre Valparaíso. Una ciudad que solo puede ser concebida en formato vertical, ya que en ella la mirada del paseante no lo queda otra que ascender desde el puerto hacia el cielo por sus cerros de colores.
El otro elemento que contribuye a generar profundidad es esa sucesión de zonas de sombras y de luces que hace que nuestra mirada salte de un plano a otro dotando de cierto dinamismo a una imagen caracterizada por su hieratismo, ya que a pesar de que suponemos que las niñas están en movimiento, el punto de vista del fotógrafo, situado justo detrás, hace que nos parezca que se encuentran paradas.
Pero sin duda, el aspecto más relevante de la imagen es el relativo a la similitud y el contraste entre las dos figuras infantiles que aparecen en la escena. El parecido entre las niñas es casi total, en el vestido, en el corte del pelo, en la postura y en que ambas parecen llevar una botella en la mano. Una similitud gestáltica que sorprende a un espectador, que lo suele apreciar a primera vista. Sin embargo, la semejanza no es total, ya que mientras que la niña situada en el primer plano se encuentra en zona de sombras, la del fondo se halla totalmente iluminada por el sol. Un contraste que podríamos interpretar haciendo referencia al dualismo de esos dos principios antagónicos del bien y del mal que se combinan en la naturaleza humana o aludiendo al mito de la caverna de Platón con su juego de luces y sombras, que separaba al mundo sensible del mundo inteligible, y que oponía cuerpo y alma, una dualidad que también defendió Descartes. Y resulta interesante comprobar cómo esa misma contraposición entre figuras de sombreadas e iluminadas aparece en las fotografías del maestro santiaguino, como en algunas de las que tomó en la ciudad boliviana de Potosí, y que pueden considerarse el reflejo de su preocupación por esos dualismos. Una lectura denotativa que encaja muy bien con una trayectoria vital que llevó a Larrain a renunciar primero a Magnum y más adelante a la fotografía para dedicar su vida a asuntos espirituales más relacionadas con el alma que con el cuerpo.
Una foto que realmente no deja de impresionar nada más verla. Tu lectura me resulta muy interesante por la cantidad de datos que se pueden extraer de él. Una lectura que va más allá de lo habitual. Un abrazo Alfredo
ResponderEliminarGracias, Luis. Un abrazo.
ResponderEliminarincreible foto...muy representativa del maestro Sergio Larraín
ResponderEliminar